Elvira Sastre

Apareciste súbitamente en mi vida,
de hecho tan súbita
que me preguntaste si me asusté,
fui honesto y asentí
pero lo que no te dije fue que lo que me asustaba
era pensar cómo pude vivir toda mi vida
hasta ese momento
sin tu presencia en ella,
¿y cómo lo hago ahora?
La gente que nació el año en el que nos conocimos
este año
cumple la edad que teníamos nosotros
ese año.
Eso me estremece sobremanera.

Podría escribirlo como Elvira Sastre
que halla siempre un método en el desastre,
pero ¿tengo el talento de trazar bosquejos
con matices que creo que me quedan lejos?

Ya no pido perdón
porque que me perdone
significa que no le importó el daño que le hice,
¡y hay que quererse un poquito!
Si no te mando un mensaje es porque hay una voz que me dice
"si quisiera hablar contigo, ya habría mandado uno"
y me peleo con el eco que rebota en las esquinas de la habitación todo el día
como el protector de pantalla de un DVD
¿te acordás de esas cosas?
Hay gente bebiendo Jägermeister
que no las ha visto en su vida.

Nuestro origen
y el destino,
¿son el mismo?

¿Cómo escribo
sobre el mito
de Platón
si el sol
aún no alumbra
este frío,
cavernario
corazón?

Podría hacerlo como Oliver Kozlov,
que, al oírle, babeo cual perro de Pavlov,
pero ¿tengo las ganas de oír campanadas
que, para mí, siempre han sonado a nada?

Por fin le gané al demonio disuasorio
y me armé de valor para dedicarte unas palabras
y me encontré una informática ciudad
atestada de personas
que era un pajar y vos, una aguja
que, aunque la sentía clavada,
no podía localizar.
Pareciera que hubiésemos hecho un pacto macabro:
yo, te espero toda la vida
y vos, no venís jamás.
Me da muchísimo miedo
pensar que te borraste del mapa
solo para que yo te pierda la pista.