Matiné estupefacto

Comencé a aprecias la mañanas,
Cuando un café caliente rompió el frío nocturno,
Cuando el cielo vestido de oro y plata,
Me alentó más a vivir, que la tentación de tocar la luna.

Comencé a aprecias las lesiones cutáneas,
Cuando de mis nervios la sensibilidad se marchó,
Cuando darse cuenta de tantas adicciones,
Significó también, hallar refugio en la antropomorfa soledad.

Comencé a apreciar a la autoridad,
Cuando la belicosa lluvia otoñal nos desafió,
Cuando de tantas veces tras el cristal movible,
No me quedó a quién más apreciar.

Mientras perenne el arcoíris cambiaba su posición,
Un rey con piel de gallina,
Y una reina de tórrida piel,
Dispersaban sus esperanzas por sinuosas carreteras.

Entre una muchedumbre de fragancias,
Y un manantial sucedáneo,
Cambiaba el personaje secundario,
Al tiempo que el protagonista rotaba su canapé.

Marinados los malestares una tarde de otoño,
Corean minuciosos los coralistas morenos,
Para el torero un capote bañado en oro,
Las reses se sacrifican entre risas y lamentos.

De un extremo a otro existe un camino,
Que horizontalmente se recorre,
De rapidez no hay nada escrito,
Pero escrito queda lo que en ese tiempo se viva.

Papel se cambia por papel,
De colores vivos y así más atractivo,
Cuando un cuerpo bovino entra al destazadero,
Tras su deceso en guerra valenciana.

De un álgido matiz, a una ausencia dramática,
El caimán y el cuervo en la ciénaga charlaban,
Apuntalaban cuanto sabían y escribían cuanto veían,
Monologaban en silencio, recitándose sus últimos viajes.