Sonata de Otoño

poema de El Caminante

Otoño, el del cabello turbulento,
la barba encrespada y parda,
resuena en la tierra de hojarasca
al golpe de su cayado seco.

Urano tiene grises sus entrañas,
ya hinchan mi nave estos vientos...
¡al sol dudoso tirita mi velero,
zozobra del partir a la mar ingrata!

Minera, la de los ojos claros, ríe
del peto tembloroso y el yelmo de Mambrino,
de la rosa que arranca el desatino,
la palabra santa que ya reprime

el ansia que llevó París a Troya,
el verbo descomunal de los Amadises,
el canto alado del caro Ulises,
o el tierno espanto en la calle sonora.

Yo miro marcharse la tarde rosada
silenciosamente, pensando a dónde irán
esos arreboles, con su majestad...
y miro en vano estrellas de llama.

La noche -¿y la Ker?-, se ciernen, hermanas;
del Edes se elevan sus murmullos vanos
-sediento, hierático agáchase Tántalo-,
¡divina Eos, tráeme presta la mañana
con tus dedos rosados,
con tu ser de alba...!