Requiescat Madre

Luego que la vistieron
su hermana Josefina y su amiga Gloria,
entré a contemplarla,
la dejaron sobre las baldosas
en el sótano del hospital,
el lugar de luz fría, blanco y negro
parecía un grabado de Doré.

Ni siquiera me insinuaron
que las acompañara a vestirla,
tarea de mujeres -pensé-
o tal vez no quisieron en mis ojos
su desnudez.

Con una falda azul
y la blusa amaranto,
su cuerpo
sellaba la puerta del tiempo
que compartió conmigo.

Sentí que me invadía
definitivamente
su partida.
Pocas horas antes
había dado el consentimiento
para que la conectaran a la muerte
y la liberaran del delta
de arterias quebradas
donde desembocó su vida de mujer
condenada a quererme
desde sus diecisiete años.

Entonces me incliné para besarla
y en mis labios
dejó para siempre
el hielo eterno de su frente.