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poema de Marla Mendiga

Te acordás? De lo que me solías decir
cuando vagábamos por las calles
de aquella ciudad podrida,
ciudad de mil nombres y elegías.

Sé que tu memoria es mala
y que tus pensamientos cortos,
por eso vengo a recordárte
lo que significa vivir con miedo,
lo que es realmente saber
de qué se trata este cuento.

Te escondías entre mis sábanas,
intentando escapar de las garras
de la culpa y el olvido,
la tragedia y el desasosiego,
no podías esconderte en los libros
ni tampoco en aquellos tristes
poemas con olor a semen y miel.

Me dejaste tirada bajo una escalera,
con los ojos de las paredes
entretenidos con mis poderes,
con las curvaturas de mi piel,
y el amargo sabor de mis palabras.

No sé cómo decirte que lo siento,
que tanto siento tu ausencia,
tus brazos cortos y tu mala verba,
extraño la verborrea que se desparramaba
por lo alto y lo bajo de tus cuerdas.

Pero hoy no vengo a declararte mi amor,
ni tampoco a retarte en duelo,
vengo a hablarte de lo real,
de lo que pasa cuando te sacan el velo.
Vengo a hablarte de las bondades
del gringo sin dueño,
de Ña Claudia en su lecho,
vengo a transmitirte aliento de vida
y a darte el amargo despertar.

Sé que no me pediste que haga esto,
pero también sé que te perdiste
entre las calles del intento
y las avenidas de la lujuria.
Sé que perdiste la noción del tiempo
cuando todo lo que podía salir de tu boca
era aliento a despecho
y una gloria sin cuerpo.

No puedo tocarte, aunque quiero,
porque de la ficción y el tipeo
solo nos salva un buen beso.
No te lo puedo dar y tampoco quiero,
porque no me corresponde hacer de esto
algo más que un simple juego.
Navego mundos incesantes,
celebro las oportunidas de tu cáncer,
todo para poder admirarte,
para poder comunicarme contigo
y solo vacilar ante toda
esta triste poesía errante.

Creíste que podías ganarme
con tus amplias sonrisas
y tus intelectuales tragedias,
pero no contabas con mi astucia,
no contabas con que pueda darte
lo que no estabas buscando,
con que pueda entregarte
lo que no pensabas estar necesitando.

Me llamaste bestia y también Greta,
me llamaste por teléfono y también en tu libreta,
hiciste de mis gemidos ciudades
y de mis cantares océanos en fiesta.

No importa mi nombre ni tampoco la cuenta,
no somos de los que pagan y se van
pero tampoco sabemos contar los pasos
que hacen falta para ir a jugar.

Titubeé, retrocedí.

Quise acampar en tus lunares
y terminé recostándome en tu vómito.
Triste ser, yo ya no te encuentro
ni bonito ni cómico.
Pero heme aquí, toda rota y hedionda,
buscando entre tus labios
algo más dulce que mis recuerdos
de masitas y juegos inocentes
en todos los recreos.

Aprendí a escribir para dedicarte
lo que mis jadeos no pudieron darte,
hice de mis miserias puentes sólidos
para que pudieras caminar sobre mí
y llegar hasta donde yo no pude,
porque eso no era para mí,
él exito y la conquista
siempre te correspondían a vos.

Me alejo lentamente de estos versos,
como lo harías vos si pudieras escapar
del laberinto que armaste en mis recuerdos,
para poder volver a casa y pretender
que siempre estuvimos cuerdos
y que nunca dejamos de mirarnos
como quien mira a los ojos de lo eterno.