La séptima noche.

Ya cae la noche como despojo,
cadáver sin paz sobre la sabana.
El ultimo cigarrillo ya casi muerto que reposa en los labios, como libélula en nenúfar.
La cerveza se frota las manos y se calienta en el vaso, contenta por que va a amanecer entera.
Siempre me molestaron los vasos vacíos.
Y a vos...a vos te intrigaban, lo recuerdo mi pequeña ardilla.

La cama ahí, nos canta, nos llama. Nos dice que es tarde,
que se viene la hora del café.

La gatita que tanto amamos nos maúlla,
como el hijo que nunca tuvimos.
¿Que haremos?

Sutilmente la encaminamos a la puerta para así poder hacer de las nuestras.
Oh cuerpo de mujer, tono de piel grisaseo.
Dulce néctar de lo pronto y tibio.

Dulce, oh! dulce.
Sea siempre tuyo mi amor.

Con la semilla de el gesto mas bondadoso y la sonrisa del placer dejaremos que nuestros parpados se besen mutuamente,
mientras nos perdemos en las babas de nuestros sueños mas profundos,
en los que aún nos tocamos.

Y que entre constelaciones imposibles durmamos, mientras hacemos lo inconcluso en un onírico placer, dejen de besarse nuestros párpados para así darle el beso matutino al café profetizado.

No sin antes haber hecho todas las artisteadas me primer sol, estirarse, bostezar.
La sonrisita de la mañana que le damos al otro como desayuno y la caricia adormecedora que nos obliga a quedarnos cinco minutos mas en la cama.

Hay diabla roja mía, siempre dormiría contigo.
Esas noches vaporosas que solo se sienten cuando estas abajo de mis sabanas.
O de las tuyas conmigo.

Esta bien, levantémonos ya. Vamos a la realidad, rompamos la puerta con la rutina del espejo y el peine.
Hoy será un día difícil, como todos lo que ese no se que me hace separarme de vos en la mejor parte.

Esperemos a la noche ansiosos, como todos los días, salivando por el momento. Esperando lo mas hermoso de la vida. Que mientras tanto, estoy con vos en el recuerdo.

Volvamos a la realidad.
Al sueño.
A lo cierto y lo dormido.