Condenada

Tengo la constante sensación
de estar perdiendo el tiempo,
de llegar tarde a cada estación,
sentir que siempre es invierno.
Miro por la ventana,
ese constante azul grisáceo,
imitando mi interior:
no puedo dejar de pensar
que las agujas me persiguen,
que las horas se me echan encima,
que me matan las rimas.
Quiero leer toda la poesía escrita,
escuchar cada melodía compuesta,
visitar cada país existente,
saber de todo un poco y,
de lo que me apasiona, todo.
Quiero cantar sintiendo las notas,
tocar los instrumentos que me hacen llorar,
escribir los versos más trágicos cada noche,
ayudar incondicionalmente y cambiar el mundo a mejor. ¿Está mi afán
de ser inconformista
matándome? ¿O está el dolor que siento por querer más y más
despertándome?
El aburrimiento
de la rutina
está consumiéndome:
necesito abrir las alas
tirarme por el puente
que no sepa volar
y caer contracorriente,
cambiar incansablemente,
destrozarme los huesos,
rehacerme. ¿Por qué no puedo
ser feliz
con lo que todo el mundo lo es?
¿Acaso estoy condenada
a sentir este vacío?