La complejidad de la belleza

La luna se deja cubrir por las nubes cuando está harta de ver los actos impuros de los hombres.
A veces pide un cielo despejado, solo para ella, para acompañar a los solitarios en las largas caminatas nocturnas.
La luna a veces se siente insegura de su imagen y decide no mostrarse por completo, dándonos una media luna, un cuarto menguante y hasta una luna creciente.
Ha sido testigo de decepciones amorosas y noches de pasión, de lluvias atemorizantes y suaves brisas, lluvias que dan y quitan vida, brisas que sienten los bohemios.
La Luna, musa de los que juegan a ser escritores, bella como los campos despejados.
La Luna es también oyente de los desalmados, de los depresivos, amante de los psicópatas y tan solo un invento para los locos que quizá son profetas.
Fiel conviviente de la tierra en la que vivimos, a veces tan cerca, a veces tan lejos, pero siempre buscando estár en sintonía.
En la parte que no muestra de ella esconde sus sentimientos frágiles, sus deseos y sus secretos, los guarda y los esconde con miedo a que sean descubiertos y sean exhibidos a otras lunas. En aquella parte obscura y misteriosa también se esconde un sabio proveniente de otra galaxia con una necesidad diaria de beber Poitín para seguir moralmente cuerdo. Aquel sabio, cada que se alcoholiza abraza a la Luna con sus cortos brazos y grita:
- ¡Oh, Luna! ¡Yo te amo tanto y no sé ni por qué! Será porque eres tan buena conmigo, será porque conozco tu tan duro pasado, y es que ahora eres hermosa, y aun siéndolo le tienes que dar tu belleza a una bola de ineptos en ese desastre al que llaman Tierra. Deberías dejar de ser tan generosa con ellos, ¡oh, Luna! ¡Mírate y entérate de que eres de las cosas más bellas que existen!
La Luna se ríe de las constantes y ya repetitivas palabras del sabio y le responde:
- Perdóname, querido. Pero debo darles una ayuda para que no se extinga tan rápido la raza humana.