Safo

En un cielo de cascos azules
con la frescura mediterránea,
Safo esculpe su inspiración.
Camina por la orilla
de sus amores con fragancia de olivo
y amaneceres marinos.
Sus manos nácar pasean
el borde de su isla y ensoñaciones
de pieles desnudas al contraste
de una melancolía solitaria.
Se adormece entre el vino
y las aceitunas que pueblan
sus labios donde se esconden
besos frágiles de bellas sirenas.
El mar es su refugio en las noches
taciturnas donde vuela
su letra impregnada de amores bizarros.
Cada estrofa es un himno
al sentimiento, a la música
lirica de los recuerdos,
a los aromas de lila y mirra
que envuelven su cuerpo
indómito de secretos desenfrenados.
Su frente se glorifica con una corona
de laureles voluptuosos; su ojos,
una marea de frescores atenienses
y su boca, pergamino de los cantares de su alma.
Cada amanecer las gaviotas llegan
desde lejanas tierras en búsqueda
de la musa que cuenta
sus quebrantos, mientras el viento
se arrincona en sus cabellos de espuma.
Cuántos dolores guarda Safo
en sus murallas silentes, en las páginas
sepias de su historia triste.
En la soledad del mar quedan
sus huellas y un viejo poema
contando el último beso
que sus labios susurraron
cuando su espíritu voló cual alondra,
al descanso de los dioses
y de las doncellas que aún sigue amando.