Passio amantis

Entre praderas, mirto y romero,
en refrescante tarde estival,
los amantes hicieron alto
ante las aguas del manantial.
Cedros que parecían tocar el infinito
les daban sombra;
un césped florido formaba una alfombra de singular aroma
junto al viento que musitaba cantos vedas;
y el agua cristalina, corriendo detrás del tiempo,
reposaba en las piedras de brillo seda.
Su sed calmaron los amantes y, ante los destellos
agonizantes de la serena tarde estival,
desplegaron sus cuerpos a la sentencia
que sus ojos encendían.
La moza rosa que adornaba el sendero,
se ruborizó en sus pétalos
al goce sublime de aquellos amantes,
que con brío y ambición devoraban
cada palmo de sus pieles
en un pesado silencio, solo interrumpido
por la tempestad de sus pechos ensanchados.
La mirada de aquellos amantes, cual espejos,
esplendía y reflejaba la pureza dionisíaca
que derramaba entre delirios.
Con ansia inmensa los vientres se templaban
y la recompensa de cada caricia,
fue una lluvia tibia que de los oris fluía.