La lluvia me sepulta con sus cristales rotos

En la realeza de la lluvia la cortesana nube abriga
la fragancia infinita de todo cantar
y se esconde en la lágrima del astro el versar sublime
de tu alma angostura.
El tiempo queda perdido en el hondo silencio
de un reloj de arena; fluye la nostalgia haciendo
una rueca con los hilos de mis penas.
De pronto el vacío se hace inhóspito en la endeble
esperanza de ver tu silueta esculpiendo la noche;
un vuelo de águila envejecida me trae en sus alas tu nombre muerto
y una soledad cuajada de sombras invita a un concierto de tinieblas.
Bajo la perla deslumbrante de tus ojos se desnuda
la impaciencia cual carrusel imperial; danza el fuego
que aviva en la alcoba y mi piel suda gardenias que aromatizan
el aire fresco penetrante en mis sábanas con ráfagas de delirios.
Y los besos son rectangulares cuando al soñar con tus labios de flor prusiana,
se desvanecen en el velo gris de mi nostalgia.
Tu recuerdo lame la herida punzante que atraviesa mis cimientos;
la calma exaltada de un cielo sereno y el triste titilar
de la esmaltada luna componen una obra tan sublime
como un lienzo de Matisse.
En esta tempestad de dolor que sacude mis huesos y arterias
te invoco derritiendo cual barro la templanza que yace
derrumbada en la aguda sensación de sentirme sin vida;
me aferro al Yin y a la fábula de amarte en los espejos
de un mundo bizantino para implorar misericordia
por este sentir asfixiante que apaga el rocío de mis días.
En la realeza de la lluvia se bendicen las horas colgadas
en un dorado pensamiento que vuela a la cuna
de tu corazón adormecido y las estrellas en sutiles lámparas
alumbran los pilares del mundo en un súbito resplandor
que descifra los secretos de tu aura sideral.
Al mirarte extraviada en la lejanía, las líneas del tiempo en su erudición
me hacen una efigie de marmolina quebradiza, que la lluvia
deshace con antojo mitológico;
la memoria donde habitas cultivando el campo
de mi desdicha, destierra las últimas raíces que mi tierra
alguna vez de sus frutos un festín te ofreció.
¡Alégrate ahora que la lluvia me sepulta con sus cristales rotos!