Decamerón

poema de El Caminante

Te encumbra el laurel, ilustre parisino,
a un tiempo enamorado de Dios y del Tonante;
la túnica que portas, ondinas han tejido,
Bocaccio, pífano pintor de mil beldades.

Hablando está Fiammeta, huyendo de la Plaga,
Neofilo a su diestra, y junto a ella Dioneo
revelan sus sonrisas, sus jóvenes miradas
la dolce fare niente, presente de Morfeo.

Cuanto allí sugiere, o canta, o dice, es dulce:
la inocencia de Alibech, la voz de Filostrato;
en Salerno o Nápoles o Creta todo fluye,
todo marcha por entre márgenes poblados

De propósitos altivos, gallardías,
de barbianes y fulleros e ignorantes,
aventuras pergeñadas a escondidas,
desafíos, juramentos y desplantes.

Abre la jornada Filomena, luego Emilia
seguirá los pasos de Lauretta… se adormecen
las penas de quien lee, cuando adivina
que sufrió en verdad un tal Molere.

Todo mueve la Fortuna a su antojo:
los amores de Ricardo con Catella,
la oración de Violante a Teodoro,
el bruto al que hizo héroe Ifigenia,

la tragedia de Guichard y Segismunda,
la carne del abad cuando otra carne prueba,
el celo de marido, y su astucia…
¡huele a deseo, a cálices Giletta!

Pánfilo se muere, en el prado, por Elisa
mientras evoca a Martuccio y a Constanza…
El dios silvestre, triscando, un ojo guiña.
Ella asiente, y prosigue, sonrojada.

Comentarios & Opiniones

Eusebio García-Gasco

un cuadro en un poema, o un poema sobre un cuadro, bien versado.

Critica: