2 a.m.

poema de El Caminante

Desde el rincón más hundido del alma
llegué a contemplar –absorto-
tu retrato.
Como el Paraíso perdido
lo contemplé, hasta que ya no pude cerrar los ojos…
¡te contemplé tanto!.
No era la armonía de este mundo
quien trazó esas líneas,
los contornos santos,
no fue la mano áurea del Creador,
perpetua luz,
posándose magnánima en el barro.
Tampoco quise creer
en la dulce encarnación
que bullía en las cabezas de los clásicos.
¿Quién retó a mi alma silenciosa,
a dónde mis ojos se asomaron?
¿A qué abismo de celos,
de traición,
de goce y súplica y hiel fueron arrastrados?
Pero me harté, una vez más,
¡siempre más!
con el licor que tus formas transpiraron,
efluvios de azúcar y absenta en París,
embebido de ti,
reo de tus afanes, ¡de aquellos ojos claros!
Así te contemplé,
Devotamente, como los buenos frailes
Suspiran ante un Cristo amortajado.
Románticamente, como esos jóvenes
poetas que olían a tragedia
en cafés bohemios enlutados.
Tanto me fui en esos momentos,
tanto polvo mordí, ¡tan cerca estuve de lograrlo!:
ser la figura de amor insuperable
huérfana de dios, contigo en su retrato.