Campo de batalla

Derrumbado en territorio ajeno,
los vientos agonizaban secretos de arena blanca,
la luna se retorcía en una sonrisa macabra,
y los ojos en el closet me veían con desdén.

En ese campo de batalla, hasta la mirada de Dios careció de misericordia.

Desnudo, pueril e indefenso
percibí los inciensos corporales hediendo a culpa,
admiré el cadáver de curvas seductoras,
y las puertas del abismo de húmedo dulzor.

En ese campo de batalla, hasta la paz tuvo otro sabor deforme.

Empapado de la gloria en la sumisa derrota,
recordé el éxtasis culposo de orgasmos tenebrosos,
los lamentos del Nirvana manchado, las bestias hambrientas,
las heridas sin sangre y el asesinato sin víctimas.

En ese campo de batalla, hasta las melodías tuvieron otros acordes.

Fugitivo, dolido y aterrado,
me alcé con la remembranza de las mordidas incandescentes,
los arrebatos lacónicos, los hechizos inconclusos,
las húmedas danzas y el beso del perdón.

En ese campo de batalla, hasta los demonios eran otros miserables limosneros.

En silencio, como un fugitivo,
dejé el edén de una Eva difunta,
escapé de los llantos de Sodoma y Gomorra,
sin dedicar un pensamiento a las aguas convertidas en vino.

En ese campo de batalla, hasta el mundo había sido otro huerto arado sin frutos.

Lejos la guerra infame,
de vuelta al silencio de las penumbras condenadas,
destruido por los roces del recuerdo,
deseé volver a debatirme en duelo
en ese campo de batalla, donde aprendí a no morir.

De la colección de poemas: "Recuerdos del Soñador".

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