El Rastro de Madrid

El mercadillo del Rastro, had a day of innaguracion, un nombre y su propia maldición. Así como a las bendiciones, aun hoy, se les consideran propias y alentadoras de argumentos, reconciliadoras. De las maldiciones muchos afirman que no tienen ni ton ni son. Os aseguro que no puedo discurrir como unas puede perdurar sin las otras. El rastro era un chorreo de sangre, de bocanadas de muerte, cascos contra la arena, de un camino todavía no asfaltado, de vocerío y olor. Los cuellos de las vacas dislocados, degollados como si fuera la condena que deben recibir, los que no han ingeniado un lenguaje como el nuestro, lleno de ganchos y estoques. Ovejas, cerdos, gallinas, jabalíes, corderos, pavos y ardillas se parecían a las hojas de un bananero resquebrajadas al viento, echas sonido sin vida. Ni llanto, ni pena, nada más que un súbito estremecimiento de uno de esas desafortunadas que se niegan a morir.
El goteo de sangre volvían a la tierra mugre, barro que se pegaba a los huesos, que anidaba en el pelo de los lustrados matarifes y carniceros. De la raja de la yugular se hacían manantiales sin razón de ser, que no saciaban la sed.
Los que pasaban por allí, por necesidad, se llevaban la sangre en las alpargatas, botas y botines. Era difícil esquivar los charcos ennegrecidos, el furor de la coagulación, y el olor que envenenaba al más sabio, y le volvía necio, atolondrado.
Pero la ciudad se ensanchaba, y ese olor a muerto envenenaba las plantas y el trigo de Madrid, revolvía estómagos y las viles se hacían sopa. A Carlos Catalán se le enturbió la mirada, cerró los ojos cuando una vaca moribunda le escupió en la cara, se cegó por unos segundos, recapacitó en la improbabilidad de tal suceso y aunque no trabajaba en el matadero y descuartizar o tronchar órganos no era su arte, se indignó, palideció y su bigote se enredó con lágrimas de pudor.
Solía vestir una gabardina entre gris y blanca, ya que el polvo de los días la habían dado esa tonalidad, tenía una abundante cabellera negra y unos ojos tan llenos de candor que te disponían a escuchar, era un hombre chistoso, de paladar fino, meticuloso en el comer, y buen amigo, cuidadoso de su presencia y amigo del espejo, cuando se examinaba de perfil y aspiraba profundamente, eliminaba una tripa desajustada y astuta y así salía de su casa los domingos justo antes del amanecer a plantar su puesto en lo que es hoy la Plaza de Cascorro.
De los muchos oficios que le ocuparon, uno fue la cerámica, y todo botijo, u ornamento que salía del horno algo descompuesto, él lo vendía por poco dinero. Así se le puso en sus saltas narices, que el rastro que la sangre del bovino y el puerco marcaba hasta el Puente de Toledo, debía registrar un vestigio de algo más tierno, lo que ya apenas vale nada. Y allí el hombre se instaló un domingo cuando el Matadero estaba cerrado para que aquellos que así lo preferían, visitaran la Iglesia o la taberna, que por dar, da igual.
Al inicio, muchos tuvieron que pellizcarse la nariz y aguantar el hedor. Pero las garantías de un hallazgo, una prenda única, o un pantalón con un roto diminuto, hizo que los que empobrecidos y cansados de rechistar buscaran entre el olor de despojos y carne muerta, algo útil y, por tanto, vivo.
Al cambiar de oficio por avatares, descubrió que la corteza de árbol y la maña podía modelar corazones qué lijados, alisados y barnizados, daban un tonillo vistoso y agradable como colgante para ambos sexos, y vendió tornillos, y espuelas, banquetas y ropa vieja, patrones, frascos sin nada, grifos, pajaritos, chatarra, pulseras que habían perdido su oro, peluquines y candelabros. Lo antiguo vino después cuando aquello, que se había guardado por vida, vino a revivirse por su peculiar calidad y cuidados y porque carecían de dueño. Los afiladores de cuchillos también se hicieron presente y su distinto toque de flauta para avisar a vecinos, se hizo sentir, muchos bajaban para afilar navajas y cuchillos. Los colchoneros en medio del camino sofocaban a palos la lana de los colchones de antes, y un corrillo de niñas y niños se deleitan con la somanta de palos.
El Mercadillo de Madrid incremento en vendedoras y compradores, ambos raso de parné como mi abuela habría dicho.
Fue el caso que el matadero se cerró un buen día, hartos los matarifes de recoger ropa abandonada, tornillos oxidados, zapatos sin cordones. Y otra razón fue que el matadero se hizo pequeño cuando Madrid se hizo grande.
En ese entonces, el Carlos ya se acompañaba de libros para la venta, y reliquias. Un Don Quijote de la Mancha, un busto de un hombre de bronce sosteniendo el tiempo contra su voluntad. El domingo era el día, que los ciudadanos de Madrid rebuscaban, regateaban, trocaban si era el caso y esquivaban a la guardia civil, porque lo robado también tenía su mérito y era bien recibido. Se aprendió a tutear y a peder el respeto a la riqueza, ya que esos artículos que estaban a la venta carecían de más valor que el valor que la necesidad da cuando esta aprieta. En sus inicios el Mercadillo del Rastro era ilegal y perseguido por la guardia civil, que aun hoy es despreciada por sus manojos con una dictadura que calcinó el aroma de los pueblos de estos países de la península.
Y así fue como el mercado del Rastro de Madrid eligió su autor y su historia. El rastro de sangre es ahora el rastro de la ganga, la pantufla, y la bodega, que la venta de vino también mejoró en sus alrededores. El Carlos, como mejor se le conocía, se dejó vencer por los maltratos del amor y una puñalada que le abrió el vientre y le desnudo por completo, pero él ya lo sabía.

Comentarios & Opiniones

Lavijimin

Fernando, solo dos frases amor, porq pau no lleva bien q yo te desee antes de q ella te deseche.

Escribes muy bien, y pienso q con tu talento hombria y valor serias capaz de practicar lo q imaginas.
Prueba primero con un cordero inocente, ese no

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Lavijimin

Te dara problemas, es sumiso y cobarde.
Bien , cuidala

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Lavijimin

Te dara problemas, es sumiso y cobarde.
Bien , cuidala

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Artífice de Sueños MARS rh

Verdadero cuadro en palabras, pintado por su pluma. Una discordante realidad en su´principio, pero muy humana a fin de cuentas.
Cuánto me satisface Madrid, incluido ese trozo de historia.
Saludos y hasta nueva obra.

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Xio

Trinidad, siempre es un placer para mi disfrutar de tus historias, tan bien contadas, tan reales que no queda nada a la imaginación, abrazos sinceros hasta España, linda tarde casi noche por alla.

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Trinidad Catalan

Gracias a todos, he editado algunos errores, otra vez os doy las gracias y me disculpo por mi impaciencia que es mucha.

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Lavijimin

Lo siento. Una gran torpeza mia.

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