La necesidad

Aprovecho lo efímero y lo vago
de cortos e irreales idilios,
romances que duran un día,
Solo para escribir poesía.
Y descubro en el alma de cada letra, de cada falsa aseveración,
de cada hiperbolizado sentimiento,
lo sombrío y lo oscuro qué hay dentro de mis ojos negros,
y en cada ventana en la que esperé año tras año,
que mi soledad deje de ser permanente.

Vivo en la necesidad de tener un dueño cada 30 días,
la mirada clarividente y dictadora,
la adrenalina de robar un beso,
el color de la pasión natural,
el placer visual del paisaje de aquella tierra a la que aterrizo por primera vez,
la textura y aterciopelada caricia de una nueva piel,
La paleta de aromas y el sabor de distintas cepas en los labios.

Mismas palabras, diferentes techos.

Pero llegó el terremoto.
Inesperado pero a tiempo.
Aquí.
Un rostro que tengo en la mano.
Un alma me ha traído pasión y tormento.
Pero nada es perfecto, alguna regla hemos de incumplir.
Y ahora vivo en la ansiedad de esperar a un desconocido que se ha mudado a habitar en este cuarto como un fantasma y por madrugadas.
Finjo conversaciones,
hablo sola
y repito momentos sin relevancia en mi cabeza.
¿Ha pasado un siglo?
¿Cincuenta años?
¿O sólo un mes?
No tengo ni la más remota idea.
Sólo ruego una mañana despertarme y que el registro de esa última vez se haya desvanecido.

Y así, regreso a la ventana.
De vuelta, vivo en la necesidad.
Cambio de dueño cada 30 días y busco como perro perdido entre las calles, blanco y negro, abatida y hambrienta de un ser que alimente mi alma por más que sólo sobras y pedazos de pan.