Una puerta se cierra para siempre

En las noches tristes de soledad uno
puede ver el río que fluye hasta el mar.
Irremediablemente oímos cantar
las corrientes congeladas del más allá.
El poniente despiadado arriba desde
el oeste implacable. Aquel soplo intrínseco
devasta los múltiples rostros opacos
reflejados por el cristal que sobreexcede
la realidad de su tiempo incesante.
Una puerta se cierra para siempre. Los
lamentos de la tierra llegan por los cielos
de la eternidad. Un sueño constante,
irreparable, sumergido en ilusión
se hace ahínco de una respuesta perdida
en las tinieblas oscuras del corazón.
Busquemos la luz de la verdad, temida
por los que no la pueden encontrar en la
omnipresencia divina de su Dios.
El miedo que implica la finitud calla
toda razón. Viejo temor por el adiós.
Lejano yace el olvido; la angustia
siempre vuelve a caer sobre el lecho frío
de la desesperanza. El jardín mustio
y silencioso no se apiada con astucia.