Aloy

poema de San Brendano

Cuando Gea vivía en el jardín del Edén, no existía la muerte. Eulalia, era una niña de unos ocho años, que jugaba con Gea y Athena a la orilla del río Eufrates. Gea, pintaba un hermoso cuadro del paisaje con la tintura de los caracoles y su caparazón y de la tierra colorada y de la fría como la caliente extraía el tinte del cielo, así como de las flores y el polen.

Eulalia, jugaba con los pájaros. Amaba cuidarlos y los protegía de la oscuridad, porque le habían dicho que ella era su protectora. Corrió alrededor del estanque plateado y fijó su rostro en el agua, sus ojos, marrones y su cabello ceniza, brillaban en su piel trigueña y su larga camisola marrón. Sus sandalias de oro, saltaban como una bailarina, bajó los árboles de arándano y diamantina. Los brazos de los mármoles se extendían más lejos que una legua de distancia y en ellos había trozos de platino y ocre, las manzanas de miel, las naranjas de melón, las mandarinas de jalea fresca y los limones de un ácido fresco y para nada amargo. Las calles, pavimentadas de terciopelo azul, las bóvedas de narciso, las casas de madera lacada y las mansiones de porcelana bellísima. Los animales, con cintas de rojo pasión y ropas de seda, sus comidas de vegano sutil, cada pisada de lapislázuleno. Eulalia, tenía en la corte real a sus padres amados, cuando oyó una voz de que un hombre había matado a su hermano. Este era Cain, hijo de Adán y Eva, y todos los que vivían en el edén, incluyéndola, se sorprendieron de que la muerte había ingresado a la vida y la hubiese corrompido. Eulalia, Gea y Athena, se tomaron de las manos y rezaron, Athena, más madura que el resto, pidió tranquilidad.
—Hermanas, guardemos calma, esto debe ser un error, la muerte no puede destruir la vida.
Gea, sollozo. —La muerte ha caído sobre un hijo de Yahve. El Dios de Israel. ¿Como no llegaría hacía nosotras?
Eulalia, apretó los nudillos de sus manos, dulce e infantil, le retó
— No seas tonta ni débil, Gea. Ella, no puede separarnos. Somos muy unidas. Hay que ser fuertes.
Athena, se quitó la coleta que prendía sus desprolijos cabellos grises, y azotó con la mirada gélida el horizonte pensando con seriedad.
—Somos tres, pero además de nosotras, también está Yahve, el Dios de la creación. Él es muy solitario, casi nunca habla con nadie y pasa todo el día bajó un árbol llamado Angus.
—¿Y que me dices de Aserah?, ella es una niña y ha sido comprometida con él. Él es fuerte, podría ayudarnos.
—Pero,— Gea, se sonrojó.— Dicen que es muy atractivo. Sus ojos son marrones y su cabello ocre, también dicen que su piel es blanca, como las azucenas. Muchas mujeres lo codician. Pero es muy reservado, enojon, y sólo confía en él.
Eulalia, la escudrino con parlamesia. —¿No estarás pensando que él sea un sustituto de Urano, tu prometido? ¡Deja de pensar estupideces y pon en armas tu coraje! —Eulalia, la golpeó en la mejilla con severa gracia.
Gea brilló de belleza. Ambas tres eran hermosas.
—Es una lástima que hayan separado a Aserah de nuestro grupo, solo porque se prometió a Yahve. —Athena, sonó ingeniosa. —Era muy buena guerrera, experimentada en batalla, además que mejor que Yahve en la pelea cuerpo a cuerpo.
Eulalia, bebió agua de los cristales de la cascada del Tigris. —Esta agua está sin contaminar, pero los humanos, acaban de matar, no tardará en contaminarse la naturaleza.
Gea, cruzó ambos brazos.— No tardarán en fastidiarme a mí, ahí vienen los reyes...
Tres enormes corceles guiados por tres magníficos reyes llegaron con sus rubíes, y joyas hasta las hijas de la belleza.
—No te preocupes Eulalia, lo que has visto es un posible futuro, algo que pasará si los humanos, caen en la primera prueba de Yahve.
—El es Viracocha, el Dios de la luz. Como yo, soy de la negritud y Aserah, de la oscuridad, como Athena de la claridad y Gea, de la Naturaleza. —Eulalia puso una mano bajo su barbilla y lucio pensativa e irónica. Su sonrisa era macabra.— ¿Yahve, no estará pensando en suplantar a la muerte por alguien más?
Athena se puso tensa y ni hablar de Gea.
—Quiten esas caras largas, no es el fin del mundo.
—Pero si del tuyo, hija. —bajó del corcel rozagante y le entregó un pergamino cerrado y negro a Eulalia. Las tres guardaron silencio sepulcral.
Eulalia, trago saliva, sabía lo que era, lo leyó.
—Seré la Muerte...
Athena, gritó de dolor. Gea, la abrazó.
—Ahora, despídete de tus hermanas, ven con nosotros.
Las tres intentaron huir, pero Eulalia, fue tomada por la espalda y subida al altísimo caballo.
—¡Noooo! — se oyó a lo lejos, hasta que la ceniza y el polvo cubrieron a las tres estatuas de la hermosura en los confines de la eternidad.

En el exterminio de los Cherokees e indígenas, Eulalia, se reencontró con Gea y Athena.

—Hermanas, ¡Cuánto tiempo sin vernos! —Eulalia descendió de su magno caballo con ojos rojos y espuelas, vestía el traje de la parca.
Athena sonrió disimulada. Gea, la vio con odio.
—¿Qué buscas aquí Muerte? ¡No te has llevado a todo mí pueblo,ya!
Eulalia, caminó y tomó la tela de Colibrí de sus manos, verde y agujereada.
—La insignia de un Dios. No me será fácil matarlo.
Gea, sacó su espada. —No te será fácil si te arranco la cabeza antes.
Athena, alistó las armas e irguio su cabeza orgullosa.
—Es la insignia de la luz.—montó su caballo y se alistó a marchar. —Solo dile a la próxima heredera de la luz que la muerte siempre estará esperándola.
Y trotó a todo galope con su caballo, llevándose con ella la insignia de un trozo de esperanza.

Gea, miró a Azul en el tiempo futuro, y prendió fuego el inframundo, el colibrí brilló sobre Azul, Yahve, había vuelto...