Amor putrefacto

Desde antaño no he hecho más que amarte
amando tus manos, tu figura,
tu calor. Revelando lo más bello de las flores
que se dibujan en tus ojos, y la palidez de tus mejillas.
Todo eso fue sólo una amarga
y febril ilusión, resultaste ser
una rosa con espinas venenosas.
Veneno como de serpiente cascabel,
que inunda mis venas con toxinas
y flechas que destruyen mi alma,
mi pasión.

Ese día, el día diáfano de verano
en el que te hallé en tus peores
pecados lujuriosos con otro,
sorprendido por aquel acto de pasión
y la calidad con que le besabas
me hicieron sentir como si
me quemase desde dentro, en una hoya
de alquitrán hirviendo,
y también sentí como cada nervio
dejaba de funcionar por la gran temperatura.

Eres azote de mis pensamientos,
como un jinete y su caballo cortando las
cabezas en la guerra, así me fallaste.
Tu infidelidad será digna de mi odio,
las palomas volarán lejos de tus manos,
las flores que te di se marchitarán
lentamente hasta desfallecer en una lúgubre
balada de muerte y horror.
El agua se teñirá de rojo sangre,
como en los tiempos de Moisés,
será de todo menos bebible. Pienso para ti
millones de insidiosos deseos con los
que pasarás en vigilia todas las noches
y que difícilmente conciliarás el sueño.
Lo mereces, lo mereces. Lo mereces porque
gracias a ti mis noches se han convertido en
cadenas tormentosas de mares agitados.
Me has atado de pies y manos
a tal punto en que las sogas han degollado
mis muñecas, y que han hecho sangrar
hasta el último recuerdo tuyo, tu último beso.
Las vendas en mi boca me evitan gritar mis
más aberrados y bárbaros deseos
de aniquilarte de la faz de la existencia.
Tu amor, al principio benefactor, terminó por ser
una caldera llena de animales destripados,
y en el almizcle de grasa y sangre
emanan un hedor hediondo,
un olor a lágrimas, que broté de mis ojos
hasta quedarme sin una sola.

La caldera arde y hierve, y en el fondo,
en lo más profundo de aquella vasija
de barro yace mi corazón entre todas las
vísceras de tus falsos besos y abrazos.
El fuego de la hoguera termina por volver
todo el cariño en cenizas,
los buenos sentimientos y los buenos tratos
se hicieron parte del carbón ardiente
de las brazas, que bailan al compás
de las melodías de sollozos y de llantos
de muchas noches sobre la almohada.

No quiero terminar como alguno de tus pretendientes,
muertos en los cañaverales cerca
de los ríos. Me conformo con
abrazar tu espíritu, de besarlo.
Te erradicaré de todos mis recuerdos,
como si estuviese quemando
un cultivo de cannabis. Te sorprenderás
al ver mi cuerpo, todo demacrado por las
heridas de la espada de tu boca,
pero que sin duda lograré curar.
Me curaré, ya lo verás.