XIX. MISTERIOSO

Qué tienes, Leidy querida,
en tus bellos y oscuros ojos,
una magia que hechiza a los míos
conquistando y adueñando
las tierras de mis pensamientos,
trasformando toda penuria
en la luz de mis ojos negros.

Cuándo fue, Leidy adorada,
aquel segundo intangible,
aquel momento inevitable,
en el que tu voz arrullaba
los sueños y metas diarias
de mi vida belicosa,
llevando armonía a la azarosa
melodía de mis movimientos.

Cómo fue, Leidy deseada,
de forma lerda y latente
que te asentaste en mi mente
llenando con sutil gracia
el vacio de un amor eterno
trasformando el paisaje interno
de mi corazón ansioso
cual luz de la mañana pálida
del día de primavera
lenta borra toda fría huella
del invierno existente.

Quién eres, Leidy amada,
que al calor de un abrazo,
que al sabor de un beso,
estremeces mi cuerpo leso
de sensaciones que jamás siento
como si tras deliciosa piel
escondieras un mundo de fuego,
un dragón que se agita ansioso
de abrasar el corazón amante
de un hombre sencillo y bueno.

¿Por qué será, Leidy soñada,
que una amistad se convierte en ángel?
Es el amor, mi diosa coronada,
que con el tiempo, muy lentamente,
siembra las alas suavemente
necesarias para cruzar el muro
de los regímenes mortales,
y así fusionar en uno
los corazones de fuego latentes,
y así descubrir que la mujer perfecta
está más cerca de lo que parece,
y así quitarse la venda del mundo
y ponerse la del amor profundo.

Es extraño sentir esto
en mi vida de tormento,
tanto tiempo buscando a Sophya
en lo ancho del firmamento
y descubrir que ella vive
en tu cuerpo hermoso y esbelto,
tan cerca a mí por tanto tiempo
que mi piel nunca sintió
lo misterioso de tus sentimientos.