QUÉ PODRÍA YO CONTAR

¿Qué podría yo contar,
desesperado amante,
respirando los sesgos de tu aire
donde, a la par, se alían
mi almario y tu bajel?

Cuando pasas,
borrando mis navíos con tu belleza,
semejas a una boa que acaricia mis ramas
y anda, balanceándose, perfilando canales
y entreabriendo su boca.

De escultórico temple,
de inagotables bríos,
tus néctares engendran
invencibles presencias
que, ¡ay, profunda inocencia!,
van calando mi alma.

Tienes talle de bruja
e indómita cabeza.
Plácido es tu camino,
victoriosos tus pasos.
Tus encantos se comban,
tus escudos triunfan,
y el brillo de tu espalda,
pulida y glamurosa,
como timbre de gloria
se recoge en tu falda.

¿Qué podría yo contar,
sino ingrávidos hálitos,
respirando tu cuello
donde se confabulan
mis miedos y tu orgullo?

Esos brillos que emanan
de tus negros cabellos
son goces siderales,
armónicas estrellas
que vistiesen el mundo
de amorosos celajes.

En provocantes fiebres
tus gracias se perfilan.
Miel de dulce hechicera
mil riquezas promete.
En hercúlea infancia
-tu juventud suspira-
tus jambas se me ofrecen.

Desdibujando canas,
con tu espita marmórea
contagias madurez,
y extraña incandescencia,
que impertérrita oscila,
como imposible sueño
va tatuando mi mente.

Sobre tu esbelto seno
y tus anchas caderas
se pavonea el cruel tósigo
de una certera daga.
¡Qué festivos volantes,
qué aromados tus vinos,
tus velas qué alocadas!