XXIX

poema de Lucian Basset

La luna está hecha de cadáveres; de ahí tal palidez y frialdad.
Y cuando sale, nos obliga a velar esos rostros viejos, podridos, añejos.
Esos rostros cansados, agotados, exprimidos, traumados.
Las nubes son las cortinas fúnebres de la sala, las estrellas son las velas.

Velas eternas que el dolor no deja apagar y al amanecer enterramos todas esas sensaciones horrorosas bajo los párpados.
El sol es un pañuelo que desechamos al caer la tarde;
el viento es el hermano, el padre, la madre, el abuelo;
el viento procura quedarse con toda la carga que en última
instancia nos negamos a soltar.

Será que todo el tiempo estamos despidiendo nuestras cosas
y dándole la bienvenida a nuevas decepciones.
Horror al descubrir la fosa que se esconde tras el pecho.
El casillero del recuerdo se va quedando sin espacio;
cada día entra algo nuevo; algo de agujas y gotas de sangre.

Conozco los canales que abrieron mis lágrimas en mi alma;
sé por dónde va cada una y porqué.
Conozco a cada uno de los pájaros negros que vienen a beber
de esos canales.

Junté las plumas que se les cayeron cuando se escapaban asustados
por mis gritos.

Las guardo. Aún las guardo.
La luna está hecha de cadáveres; de ahí tal palidez y frialdad

¿Qué anestesia fue? ¿Cómo es que no sentí cuando se me clavaban
las agujas del reloj en la piel?

Siento que ya no quiero sentir; siento que nunca antes sentí esto de vivir.
Siento, para mi mal, que estoy vivo.

Alfombra, flores, cuadros; que el dolor al menos se vea bien.
Corro por un camino de clavos; nado en un rosedal;
me abrigo con una serpiente; duermo en labios muy rojos.

Mi traje está planchado, listo para usarlo nuevamente.
Ya casi es la hora, ya casi es de noche, ahora nos reunimos
en torno al ojo inflamado.
La luna está hecha de cadáveres; de ahí tal palidez y frialdad.

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