Inocencia Perdida

En su mano la confesión, visceral, infinita, de un amor, innegablemente bello, definitivamente imposible. Cuando dos no pueden quererse del mismo modo, el dolor y la angustia son placeres, al lado de la agonía.
Su nota no dejo lugar a dudas, del mismo modo que perecía su sueño de amor, acabaría él con su vida. El horario de la misma, imprudentemente denegado, era la incógnita que podía salvar a un ángel de regresar al cielo. “A las doce en punto lo haré” fue lo último que asomo el garabato realizado en esa servilleta impune, testigo quizás de las lagrimas más amargas jamás lloradas.
En el laberinto de su intrincada mente siempre hubo lugar para el suicidio, ella lo sabía, pero decidió aparentar que la negación de esta posibilidad era en si la propia anulación de la misma, como si el control del futuro dependiera tan solo de la simple intención y no del destino.
Esta daga se caló hondo en el corazón de la dama. Ella también era pura de alma, no merecía este padecimiento. Solo hubo lugar para la desesperación en su alma.
¿Como podía doler tanto un imposible? Se preguntaba, ¿Como puede ser que alguien esté tan enfermo y aun así pueda ocultarlo ante todos? ¿Como podía haber sido tan ciega?.
La muerte, que cuando es invitada, disfruta el doble – sabe que son dos las muertes, la del cuerpo y la del alma – se le reía en la cara. Su impiadosa y burlona risa no provocaba en ella espanto o miedo sino estupor y pánico. Entendió lo real que puede llegar a ser la vida y lo real que siempre será la muerte y ya no hubo aire ni oxigeno que pudiera alimentar su ser. Ella también decidió escapar y para siempre fueron dos los que se unieron en la profundidad de la nada.