El del fondo del aula...

Era flaco, de cabellos rojizos y mirada perdida.
Observaba, al fondo del aula, por la ventana, a las aves volar.
No prestaba atención a la clase, no prestaba atención a nada.
Eran él y su mundo, un mundo en el que nadie entraba.
Tenía el rostro repleto de pecas, como un cielo repleto de estrellas.
Los ojos color miel, color dulzura.
Tenía siempre el mismo cuadernito azul, en el que escribía a veces.
Su mirada se alzaba hacia el cielo a través de la ventanilla, y luego aterrizaba en su libreta de líneas.
A veces parecía soñar despierto.
En su rostro se dibujaban mil mundos distintos.
En sus manos había mil caminos por recorrer.
Él era todo un universo, toda una galaxia.
Los planetas que habitaba eran completamente desconocidos y su corazón oculto.
Era inteligente.
Se lo adivinaba.
Se lo adivinaba aunque nunca se concentrara.
Era un genio tal vez.
Un genio perdido en su locura.
Un genio perdido en su mundo.
Perdido en su exsistencia.
O tal vez era un poeta.
Un poeta del alma.
Que viajaba entre sus cielos.
Y que sin decir nada hablaba.
Era encantador.
Encantaba a la mirada.
Su cabello, sus ojos, sus labios, su piel.
Todo en él era perfecto.
Lo más intrigante es que entre más lo miraba, me daba cuenta de lo extraño que era.
No parecía estar presente.
Era un dibujar en aquel asiento.
Pertenecía a otro presente.
Jamás había oído su voz.
Sus colores eran transparentes.
Era un humilde soñador.
Que sin decir nada entraba a tu mente.
Poseía toda mi atención.
Yo le pertenecía.
Sabía que cualquier cosa que me pidiera haría.
Pero nunca nada me pidió.
Ni siquiera me habló.
Seguía sentado en su silla.
En el fondo del aula, mirando por la ventanilla.