El camino empedrado

Recuerdo las mañanas en las que pasaba por aquel camino.
Ocultaba misterios.
En él habitaban fuerzas de otro mundo.
Se sentían presencias de otro universo.
Del otro lado del manto.
Era un camino empedrado.
Las rocas que lo formaban permanecían húmedas.
Las casas viejas que lo delimitaban tenían hongos.
Puertas ralladas.
Las cortinas de sus ventanas se agitaban, y voces soplaban por los aires.
Los picaportes giraban, pero las puertas permanecían cerradas.
Las luces se prendían al oscurecer.
Y se apagaban.
Era un camino del terror.
Del cual nunca escapabas.
Era una historia sin fin.
Recuerdo caminar entre sus garras.
El sonido de mis pasos sordos y el eco de mi respirar agitado.
Los latidos de mi corazón a punto de estallar.
El sudor de mis manos derritiéndose.
El respirar de las almas perdidas en aquel camino se oía claro en el aire.
Los arboles viejos de hojas secas se agitaban con los vientos.
Y yo caminaba.
Oía ruidos y aceleraba el paso.
Corría, volaba.
Escaba del camino del infierno.
De las garras del demonio.
Veía la luz del otro lado del callejón.
Y al estar cerca de cruzarlo, me detenía.
Giraba la cabeza y observaba lo que aquel mundo oscuro ocultaba.
Las luces de las casas que se prendían y se apagaban.
Las cortinas que se agitaban.
Los picaportes de las puertas que giraban.
El olor a cuerpos invisibles que se hallaba.
Se percibía el perfume de corazones viejos.
Se percibían las miradas de ojos pasados.
Se percibía el terror que poseía aquel camino.
Un camino empedrado con aroma a un mundo pasado.
Y al haber observado aquel mundo.
Me volteaba.
Y seguía caminando.
Salía del terror.
Secaba mi sudor.
Consolaba mi corazón.
Aclaraba mi voz.
Alejaba mis miedos.
Alejaba mis inventos.
Era un camino húmedo.
De colores viejos.
De casas habitadas por cuerpos abandonados.
De corazones acelerados.