La mirada oblicua

poema de Carlos Torres

Carece de medida este sentimiento, por eso lo he suspendido en el suspenso,
no me gusta atribularte, ni darte aires, como si la misma sentencia pudiera
reivindicarte mis desprecios, no pienso inquietarte, ni asomarme a tus méritos,
ni probar las miasmas desesperadas que saben a pena, a agonía, a la clase
de provocación que estimula un odio avanzado, entre leo tus miradas, tus gestos
inquietantes, tus maneras altruistas que engañan a quien las recibe, a mi no,
no me engañas, leo en ti como en un poema nunca escrito como en un capitulo
de una novela donde el protagonista revela al fin su actitud prosaica y fuera de
apariencias, de diálogos inconexos, muestra, sí, da orden a la cronología inesperada
de su aventura...pobre papel.
El escenario se decolora y una luz oblicua, oh Fiódor, muestra en tu rostro
sin competencias que no eres tú, nunca lo has sido, pero ¿quién?, o mejor ¿de qué sirve? tiembla un labio, la mirada se curva y en el cuello los dedos del sol
juguetean con el pelo, descifra oh Dios este momento irreverente, magnifica
el significado y como una plegaria dame en la boca la sentencia que diga que todos hemos ganado.
El cielo es de mermelada de moras y en la habitación manchas rosas invaden las paredes
anunciando que el drama va a ocurrir de un momento a otro, antes de que la noche con su telón resuelva en un fundido a negro que todo ocurrió pero no quedan espectadores,
solo tú y yo, ambos estáticos, omniscientes los dos, tu boca levantada en una tremola sonrisa que deja ver un diente y celosamente guardada en el paladar donde se refugia tu lengua acariciando el velo, saboreando lo que se piensa antes de decirlo pero no,
para qué hablar, ilustrar, como decías naturalmente, ahora que la luz se muere y las sombras ceden el espacio y este espacio cedido es todo una sombra...se precipita el final.
Miro el espejo y en tus ojos avaros, el eco de una mirada perturbadora que se refleja como no, en mis ojos multiplicados, no, multiplicadores, y la pregunta de nuevo omitida, tal vez mañana, cuando el horizonte regala esos rayos oblicuos, oh Fiódor,
cuando la merienda de frutos rojos de una luz de desangramientos y tú, eje de todo,
circules entre ese espejo oblicuo sin preguntas y un yo hermético, puro espectador
me quede sin aplausos...

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