NI PUERTAS, VENTANAS O VALLADOS

No, no era justo que durmiera sola.
No era justo que yo solo durmiera.

Que nos inyectáramos soledad
en dosis narcotizantes y masivas
para satisfacer interesadas apetencias,
para que sintieran crujir el frio lecho,
por deseosos amores estremecido.

Para que muertas de frío no se encontraran nuestras miradas,
para que escapara todo ardor,
para que permaneciéramos
solos en nuestro impuesto destierro.

No, no me resigné a ver marchitarse
la lozanía impoluta de su azucena en flor,
de su virginal piel expuesta.

No, no me resignaré a no verla,
a no tenerla consolada,
a que nadie la despierte a la vida arrebatada,
a que nadie encienda su pasión apagada.

Quise convertirla en alborozada rosa de pasión,
expuesta en carne viva
para superar todo límite,
toda maldita prohibición.

Ni puertas, ventanas o vallados,
fueron obstáculo para despertarla.

Se me abrió de par en par
su alba luminosa de verano,
exhultante, apetecible, hermosa;
fruto maduro deseoso de ser comido,
en un arrebato de gula desesperado.

Nada se interpuso entre su alimento y mi hambre.
Entre su sed y el abundante fluir de mi surtidor.

Noche tras noche, fui el sol
que iluminó su estancia
bajo el fiel testimonio
que la presente luna firmaba.

Recibió mi calor, mi cuidado,
que llenó de vida
su azucena marchitada.

Tanta vida tomó esta flor,
que por fuerza de mis riegos y cuidados,
de su rama, nuevo tallo floreció.