LA BALA

poema de Jorge Loyola

LA BALA
Hace ya un largo rato que el sol se desplomó tras los galpones del ferrocarril, y tal vez no falte tanto para que algún gallo flaco y desplumado, anuncie a los gritos que ya dio toda la vuelta y aparezca en el campo algún rayo violeta.
En un rincón casi en penumbras, de un bar donde solo entran matones y gente de averías; en una mesa de tablas oscurecidas por los vinos derramados por borrachos tristes, está Antenor Irrazabal; los dos brazos acodados, una mano sostiene el pequeño vaso de ginebra, la otra juguetea con una bala de 38. Todos los que están allí conocen al hombre, saben bien cómo se gana la vida. Irrazabal, tiene fama de nunca haber incumplido con un trabajo encomendado; si alguien quiere hacer tratos con él, solo tiene que acercarse y dejar sobre la mesa un sobre con algunos billetes y una tarjeta negra en su interior con un nombre, eso es suficiente para que el pobre tipo cuyo nombre está escrito en la tarjetita, en unos pocos días desaparezca.
Ya la ginebra ha hecho su trabajo, despertando amores en algunos que se fueron más temprano entre risas y arrumacos, en otros, revivió penas que creían olvidadas, y a alguno le dio el valor suficiente como para andar haciéndole cosquillas a la muerte. Un tal Camargo, llegado de córdoba, un bravucón y pendenciero de poca monta; se tomó de un trago su última ginebra y tambaleando entre las mesas se acercó sonriendo a la esquina del bar, sin pedir permiso acercó una silla y se sentó frente a Irrazabal; un sonido sordo de murmullos y de toses nerviosas recorrió el lugar como una ráfaga de viento; Irrazabal no levanto la vista, pero su mano derecha soltó la pequeña copa y se fue a apoyar sobre la pierna, como para que el recorrido hasta el arma que descansa en la cintura, sea más ágil en caso de ser necesario.
Una extraña relación une a Irrazabal con su arma; en momentos como este siente una especie de electricidad corriendo desde sus sienes, bajando por el brazo derecho hasta su cintura donde siente el tambor de su Smith and wesson 38 largo, cargado con seis balas y siente que puede ver la que está en el cañón y hasta podría dialogar con ella como lo haría con un amigo, así, es como si cada una de las balas que disparó pudiesen contar la historia de cada muerte.
El borracho sentado frente al hombre, habló fuerte como para que todos lo escucharan mientras miraba con los ojos vidriosos y una sonrisa babosa a los que estaban presentes; aunque todos lo escucharon, ninguno se atrevió a mirar hacia la mesa.
_ ¿Así que usted nunca deja un trabajo sin hacer? –pregunto; y continuó con un tono más desafiante_ a ver entonces si es capaz de hacer este trabajito _dijo esto entre risotadas mientras acaba del bolsillito de su chaleco una tarjeta negra con un nombre escrito en letras rojas; tiró uno billetes sobre la mesa y salió del lugar riéndose y tropezando con las sillas; los pocos que quedaban en el bar, vieron a Irrazabal acomodar la tarjeta frente a él sin levantarla, solo para poder leerla; después de tomarse un último trago guardó la tarjeta, se levantó y salió del lugar. Aquella mañana hasta el sol estuvo algo tímido al salir.
Nunca más volvió el hombre al tugurio, ahí quedó la mesa en el rincón sombrío, nadie se sentó nunca en el lugar de Irrazabal.
Cuentan que el día que Camargo se animó a bromear con él; en un cuartucho de una pensión encontraron a un hombre muerto, tenía un disparo en la cabeza y una Smith y wesson en su mano derecha; sobre la cama también encontraron una tarjeta negra donde en letras rojas se podía leer un nombre “Antenor Irrazabal” no hubo velorio ni servicios fúnebres; rápidamente fue enterrado en una tumba sin nombre, seguro que muchos aquel día se sintieron aliviados.
Tal vez Irrazabal cumplió hasta con el contrato de propia muerte, hay muchos que dicen que el muerto no era él si no el bravucón Camargo vestido con las ropas de su matador; que de esa manera dejó saldada todas las deudas y se fue para siempre a vivir otra vida.
Seguro que lo que más le debe haber dolido debe haber sido dejar su alma, una Smith and Wesson 38 largo; pero todas son suposiciones; nadie sabe lo que en realidad pasó. La historia solo puede ser contada por quien fuera confidente del hombre; solo quien dialogó con el hasta el último instante conoce la verdad.
La verdadera historia solo la conoce una bala.

Comentarios & Opiniones

JUAN CARLOS CADENA

Irrazabal se tomaba demasiado en serio su trabajo, creo que le pusieron en jaque y le jugaron la psicológica, pero todo son suposiciones... Interesante historia Jorge, me gustó estar en una de las mesas cercanas, seguramente era yo uno de los que

Critica: 
JUAN CARLOS CADENA

tosía con nerviosismo, pero igual, son suposiciones... Un abrazo mi amigo, felicitaciones por esta obra.

Critica: 
Jorge Loyola

JUAN CARLOS, muchas gracias por estar siempre, me alegra que mis relatos te lleven a introducirte en el lugar de la escena y que puedas disfrutarlos.
Un gran abrazo.

Critica: 
Xio

Y ya sabes, yo me sumerjo en cada palabra de tus historias y en un rinconcito de aquella taberna de mala muerte, ahí estaba yo atenta a todas esas escenas que de forma magistral nos narras, tomada de la mano tengo la sensación de vivir cada instante,

Critica: 
Xio

para mi sin dudas, nadie como tú para los cuentos y esas historias que muchas de han quedado prendidas en mi memoria, genial!!!, un fuerte abrazo mi querido gaucho, que tengas un feliz día amigo.

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Jorge Loyola

Querida genia, amiga incondicional de este camino de letras, te agradezco de corazon tus hermosos comentarios.
Te abrazo fuerte, cuidate mucho.buena vida amiga.

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