CLAKC

poema de Jorge Loyola

clak

Bajé de un taxi y miré discretamente a mí alrededor. Entré rápido en la estación; sumergiéndome en ese submundo especial de las estaciones de micros; el murmullo de la gente, las bocinas y arrancadas de autos en el semáforo de la esquina, lo micros entrando y saliendo, los altoparlantes anunciando partidas y arribos. Todo era un pequeño caos, un mejunje de ruidos indescifrable que sonaba como si alguien agitara un tarro de lata con un puñado de tuercas adentro. Faltaban un par de horas largas para que aquello que me había traído hasta esta estación de micros esa noche, aconteciera.
Quise llegar temprano; en un horario en el que me pudiera mezclar entre mucha gente hasta encontrar un lugar más o menos escondido donde esperar.
Entré en una salita de espera que tenía solo dos largos bancos de madera atestados de gente, tres líneas de tablas pintadas de verde, atornilladas a una base de hierro negro. La salita estaba pintada de blanco con los dos bancos enfrentados, uno en cada pared. Me senté en el único lugar libre que quedaba; bien en la punta de uno de los bancos; justo contra la columna que sostenía una de las dos grandes puertas de virio que dan hacia las explanadas. Nadie se ijó en mí; algunos hablaban entre ellos, otros tenían la vista perdida en a algún diario o una revista; un par de mujeres miraban vigilantes a sus hijos, que correteaban por el pequeño lugar. Ya había pasado un rato; entre mirar a todos los que estaban en el lugar y acomodarme, hasta que vi por primera vez, colgado en lo alto de la pared del fondo; la que da la entrada de la salita, un gran reloj; sin mucha gracia, solo un aro descolorido con un fondo blanco amarillento y un par de agujas de latón; nada que lo adornara, nada que hiciera que alguien le dedicara más de lo segundos necesarios para ver cuánto falta para que llegue su micro; nadie lo miraría más de una vez si no fuese el reloj de la sala de espera en una terminal. Me quede un momento mirándolo; vi que estaba funcionando, porque en un momento, la aguja del minutero pasó al siguiente punto casi dando un golpe. Aunque con el barullo que había en aquella sala no pude escuchar nada; imaginé que al pasar de un punto a otro aquella aguja haría algo como un clack. Me acordé entonces del gran reloj de pared de la casa de mi abuela; en la noche, cuando todos se iban a dormir; en el profundo silencio escuchaba clacK …clacK …clacK…Hasta que me dormía. No sé porque pero muchas personas con las que en alguna charla perdida he hablado de recuerdos, uno de esos recuerdos es ese sonido de reloj de alguna vieja casa.
Una mujer que estaba justo en el centro del banco de enfrente se parecía un poco a mi abuela; se veía ya entrada en años, era casi más ancha que alta, vestía una camperita de lana de varios colores, donde el verde y el violeta predominaban en un fondo negro, una falda de tela gruesa que bajaba hasta solo dejar ver los gruesos tobillos que sin más, desembocaban en unos pies hinchados que parecían querer escaparse de aquellos zapatos; que todo lo que pudiesen tener de cómodos lo tenían de feos. Cuando entré fue la única que me miró, solo un momento y me sonrió levemente, luego buscó en una bolsa de nilón unas agujas de tejer con un pequeño tramo de tejido empezado y se dio a la tarea de matar el tiempo.
Miré el reloj de mi muñeca y comparé la hora con el de la pared, tenían solo un par de minutos de diferencia. Casi una hora faltaba para que el micro que esperaba llegara; ella llegaría casi sobre la hora; no podía faltar de su casa mucho tiempo sin que su marido o alguno de los matones que la vigilan se dieran cuenta y salieran a buscarla y entonces todo se pondría feo.
Otra de mis preocupaciones era que alguien pudiese haber sospechado algo o hubiesen descubierto nuestro plan, entonces yo en este momento ya estaría jodido.
_ ¿Adónde va? _dijo el tipo sentado a mi izquierda; la pregunta me sobresaltó; no esperaba que alguien me hablara, además con un plan como el mío, que alguien; de la nada preguntase eso, me puso a la defensiva.
_ Córdoba_ contesté mintiendo y casi sin mirarlo.
_ ya pasó el cordobés, hace como media hora
_tengo que hacer unos trámites en la capital y de ahí salgo para córdoba_ argumenté rápidamente y miré una vez más el reloj de la pared en el momento justo en que la aguja con su golpe seco avanzaba al punto siguiente; en mi cabeza sonó una vez más un imaginario clack.
El tipo no preguntó nada más, puso un maletín sobre sus rodillas, destrabó los cierres y solo lo abrió unos centímetros, apenas lo suficiente para meter su mano; una vez más un cosquilleo raro me corrió por la espalda; solo sacó unos papeles y se puso a marcarlos con una lapicera; mientras yo comenzaba a mirar más detalladamente a cada una de las personas que estaban en la sala.
A la vista habían dos armas; las de dos policías; un hombre y una mujer que estaban en la otra punta del banco de enfrente; podía haber una tercera, la de un soldado; un muchacho de no más de veinte años que estaba en mi banco separado de mí por el tipo del maletín y una de las madres de los críos que jugaban molestamente en el centro del lugar; al lado de los policías estaba otra de las madres, luego la vieja que me recordaba a mi abuela seguía con su tejido, de vez en cuando miraba sobre sus lentes a los críos y sonreía , más a la derecha una pareja de estudiantes universitarios, un grandulón con aspecto de jugador de rugby y su compañera, una muchachita rubia de apariencia delicada; vestía una chomba blanca y una pequeña falda de color azul, zoquetes y zapatillas de un blanco inmaculado; sobre su falda tenía una carpeta; ella seguro no viajaría, solo acompañaba al grandulón que tenía entre sus pies un bolso deportivo, Por último justo frente a mí una mujer de unos cincuenta y tantos años muy bien llevados vestía ropa cara al igual que su gran cartera y su bolso de viaje; imaginé que estaba en ese lugar porque era lo más alejada que podía estar de la otra punta de mi banco; allí estaba sentado un hombrecito harapiento y seguramente maloliente que de vez en cuando hablaba con un perro flaco echado a sus pies y que se rascaba casi sin parar. Y en medio de todos, tres chiquillos que se peleaban por golpear un globo rojo que volaba por la sala sin una dirección definida; los críos corrían chillando y alborotando sin ver otra cosa más que el globo; que más de una vez volaba hasta la cabeza de alguno de los que allí estábamos y quién no estuviese prevenido, o recibía un golpe del juguete en la cara o una patada de un crio en su salto por golpearlo.
En el feo reloj de la sala la aguja de latón seguía su rutinario camino, estaba un poco torcida me di cuenta en un momento; seguramente algún empleado del lugar al intentar poner en hora el artefacto aquel, abría aplicado demasiada fuerza para mover el minutero deformándolo un poco. Por momentos me quedaba mirando la aguja y con cada golpe en mi cabeza sonaba un clak.
La muchacha que acompañaba al grandulón me recordaba un poco a ella, por su cabello corto y rubio, unos ojos vivaces y una sonrisa apenas perceptible que llevaba una carga de malicia que pareciera divertirla. Me di cuenta que aquella muchachita fina que acompañaba al rugbier, había encontrado un juego para matar el tiempo, mientras, el grandulón que la acompañaba miraba su enorme teléfono y sonreía sin prestarle la más mínima atención; me pregunté al mirarlos si la piba sabía que para aquel muchachote con aspecto de hijo de padre con mucha plata; ella no tenía más valor que aquel teléfono móvil carísimo que ostentaba en sus manotas, o sus coloridas zapatillas deportivas o todo lo que en algún momento fue objeto de deseo y sin mucho esfuerzo fue convertido en posesión, con la única Función de ser una especie de certificado de riqueza o de poder. Volví a los ojos de la niña; tracé una línea imaginaria que seguía la dirección de la maliciosa mirada; en el otro extremo encontré al soldado que estaba atrapado como un pequeño insecto en la red de una hermosa araña que jugaba con él, la mujercita con apariencia de nena de vez en cuando abría un poco las piernas permitiéndole al joven uniformado ver el hermoso camino que nacía en unas blancas y perfecta rodillas y se perdía bajo la pequeña falda azul; el movimiento hecho con perfección y como al descuido duraba solo uno segundos, los suficientes para hacer transpirar al soldado que ya no podía apartar la vista de los alrededores de aquellas rodillas esperando con ansiedad el momento en que volvieran a abrirse; clack… clack… clack.
Poco a poco iba descartando posibles mandaderos de un tipo que poniendo un fajo de billetes en una de las manos de alguien y en la otra un arma y con el respaldo de algún favor a cobrar, podía convertirlo en asesino así como así. Yo lo Sabía bien porque había estado ahí por varios años, mi función era bastante sencilla si se quiere; estar alerta, vigilar y proteger todas sus pertenencias; lo hice bastante bien, estuve alerta, vigilé de cerca y protegí con esmero cada una de las posesiones de aquel hombre, jamás toqué ni permití que alguien tocara algo que le perteneciera, pero esta noche estaba a punto de quedarme con su bien más preciado; si hubiese sido dinero solo hubiese estado tocado sus bolsillos; pero estaba por llevarme a su mujer; entonces estaba tocando más profundo; esto era pegarle una patada en el medio de su entrepierna y si algo salía mal todo sería muy feo para mí y para ella.
Cuando la deformada aguja pasó la parte más baja del reloj pareció ponerse más pesada, su paso se hizo cada vez más lento; por momentos me hubiese gustado ir hasta allá y empujarla, ayudarla a subir esa última cuesta solo eran un puñado de clacK más.
En un momento se escuchó un altoparlante anunciando una próxima partida, la pareja de policías, la señora ricachona y el tipo el maletín se pararon y salieron de la sala y se perdieron en la penumbra de la explanada, el linyera se acostó en el banco y se durmió acariciando a su pulgoso, la piba rubia cruzo la piernas y el soldado tuvo que conformarse con mirarle las rodillas, el tontorrón adinerado seguía mirando la pantalla de su ostentoso aparto y se reía, los críos reventaron el globo y comenzaron a culparse y alguno lloraba, y aquella atontada lata retorcida parecía haberse trabado quince clac antes de su destino final.
Vamos… vamos… vamos… retumbaba en mi cabeza mientras trataba de disimular una calma que había perdido hace un largo rato y mis ojos alternaban miradas furtivas entre la puerta de entrada y el feo reloj, por momentos quería que la aguja avanzara rápido para que esta espera terminara pero a la vez quería que se demorara un poco para arle tiempo a ella a llegar; ya casi no podía pensar con claridad, todo se mezclaba en mi cabeza, aparecían imágenes de las primeras miradas, su primer beso, la voz natural y calma de él mandándome a darle una lección a algún pobre que quiso pasarse de vivo, rostros de tipos que sabían que se morían. Clak…clak…clak… ella no llega.
El alto parlante volvió a retumbar y las madres agarraron a sus críos, el rugbier y la nena de la minifalda se pararon y salieron primero, el soldado le dedicó una última mirada a piba y se preparó a salir; las luces del micro se estamparon en los vidrios de la puerta de la salita y un buen número de personas comenzaron a bajar de él, me pare y di una última mirada a la entrada con la esperanza que ella entrara corriendo en el último segundo pero nada pasó; ella no llegaría, confié en que su perspicacia, la hubiese hecho notar sospechas y que hubiese podido manejar el asunto. Decidí que lo mejor ahora era que yo me fuera y que se entretuvieran buscándome a mí. Todos salieron; menos la anciana que se parecía a mi abuela; después de estar sentada en ese banco duro de tablas, le estaba costando incorporarse; me acerqué y la tomé del brazo y salimos la explanada; estaba llena de gente que esperaba su equipaje y gente que quería abordar, yo solo quería salir de allí, tomé a la viejita del brazo; a ella y a quien la acompañara la dejarían pasar más rápido , nos mezclé entre la gente que parloteaba y que empujaba e la puerta del micro , el guarda trataba de ordenar el momentáneo lio, empujé un poco y quedamos con la pobre vieja en medio del amontonamiento; ya casi llegábamos a la puerta cuando sentí el primer golpe seco e mi estómago; algo me había perforado el vientre; no pude ver al que lo hizo, solté a la abuela y casi con desesperación miré a mi alrededor tratando de ver quien me había herido; sentí el segundo impacto, se me doblaron las piernas, seguía buscando entre las caras de la gente alguna que pareciera querer terminar el trabajo; no llegaría a subir; me alejé de la gente y volví a la sala, me senté y me quedé allí esperando a que vinieran a rematarme. Nadie apareció, el micro se fue; todo quedó en silencio; me temblaban las piernas, el frío de la muerte que iba envolviéndome lentamente, cerré los ojos y por primera vez escuché aquel sonido que hasta entonces solo había imaginado, fuerte y claro, casi retumbando en el vacío de aquella sala, sonó el clack. Pensé: que triste terminar tan solo, escuchando un viejo reloj con una aguja de lata retorcida marcándote los últimos clack de tu vida.
Estaba dejándome ir cuando sentí que algo me tocaba las piernas; apenas abrí un poco los ojos y vi al hombrecito andrajoso que había estado durmiendo en la otra punta del banco; estaba parao mirándome; mientras; su perro lamía la sangre que corría por mi pierna. El tipo me miró un momento y pensé que tal vez era el quien me había herido y ahora venía a rematarme; igualmente intenté un pedido de ayuda; él tomó una manga de mi abrigo, y tiró de ella luego me movió y tiró de la otra sacándomelo, luego me quitó los zapatos, se vistió con mis cosas, sacó de un bolsillo de mi saco un paquete de cigarrillos y mi encendedor; encendió un cigarrillo, llamó a su perro y se fue dejándome atrás sin importarle más nada. Con mi mano busqué las heridas e mi estómago pensando en encontrar puñaladas de cuchillo o un par de orificios de bala disparadas con una pistola con silenciador; lo que encontré en su lugar me sorprendió tanto que me hizo reír provocando dolor y una toz que me hacía sangrar por la boca.
Me quedé mirando el viejo reloj esperando el último movimiento de la aguja, esta golpeo el próximo punto y sonó el clak, cerré los ojos mientras aún me reía un poco al imaginarme la sorpresa que se llevaría quién me encontrara; muerto en el banco de una terminal; atravesado por un par de gruesas agujas de tejer.

Comentarios & Opiniones

Xio

Ehhhh??? La vieja!!!!Pero Jorge!!! jajaja, como es posible,que manera de escribir Dios mío, desde el primer momento has descrito esa terminal de ómnibus detalle por detalle y se lo que es, porque muchas veces en Cuba estuve en algunas de ellas y has

Critica: 
Xio

recreado de una forma magistral a todos las personas del entorno, las situaciones, las puñeteras agujas del reloj que no avanzaban, todo ese temor, esa incertidumbre del protagonista sabiendo que el paso que iba a dar le podría costar la vida, esa

Critica: 
Xio

vieja tan parecida a tu abuela, esa espera interminable...en fin que te digo? no tengo palabras como siempre para hacerte saber lo que me ha encantado, todas tus historias son así, con esa tensión, con esa zozobra, esa incertidumbre que atrapa al

Critica: 
Xio

lector hasta las últimas palabras, gracias por compartirla, un abrazo bien grande y siempre tu admiradora y respetuosa de ese gran talento que tiene, no te pierdas mi querido amigo, abrazos y besos gaucho hasta tu Argentina querida, lindo día.

Critica: 
María del Rocío

Eres un gran escritor Jorge, tremendo relato de verdad, mantener el interés de este es sumamente difícil y lo logras te felicito!!!

Critica: 
Vanessa Tawer

Chapeau M
Loyola
Me encantó todo el entramado, el movi, como de película. Saludo fraterno.

Critica: 
Jorge Loyola

Señoras (xio, María y Vanessa) son ustedes tan amables como bellas. Me alegra haberlas entretenido un rato con mi humilde relato.muchas gracias a todas.abrazo

Critica: 
Xio

Buen día Jorge, paseando por tus letras llegó a saludarte, ahora como otras veces estás perdidos, deseo y espero seas porque este escribiendo uno de esos maravillosos relatos que me resisto a no volver a ver, deseo en el alma estés bien, ya sabes te

Critica: 
Xio

Extraño , recibe un abrazo sincero y mi cariño en la distancia mi querido gaucho y amigo, feliz día

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