A una mujer venezolana

poema de Mr. Smithson

Hondean lo trigales del crisma tropical
tras el rastro de soles, ya sembradas sus calles.
Y un secreto, que vuela en sus azules valles
se cubre muy vistosa la acacia angelical.

Y es aquel vigilante que al mar de las Antillas
doblegó en lo infinito, por candiles de paz
conferidos por dulce serafín que sagaz,
olvidó su fulgente diadema en sus mejillas.

Esculpiendo en cristales con divino cincel
la galáctica arena que de luna y cacao
como elixir arropa, de la reina al warao
la silueta danzante de una duna al pincel.

Panteras y jaguares, la vena tricolor.
Su poder regocija al ungir la cazuela
de ese Dios, que de cielo moldeó a Venezuela
regando el labrantío de mujer, de un amor. ​

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