Hambruna nostálgica
Vuelvo a recorrer aquel barrio que nos
vio florecer y entro en un estado
de hambruna nostálgica.
Comienzo a oler átomos de aquel abrazo irreductible,
aquellos desfiles de complicidad acompasada,
todas las despedidas que nos negábamos a abandonar.
Mientras tanto la calle está repleta de hojas,
el cielo colmado de querubines contrabandistas
y el metro infectado de miradas imposibles.
Ahora que nace el otoño,
noto como el viento arrastra palabras sin limosna,
mis huesos consienten el desamparo del frío
y mis labios se esconden por miseria.
Y aún así, vuelvo a mirarme ante el reflejo
de ese portal que fue guarida
y pierdo la noción del olvido durante unos segundos.
Entonces retorno a esos días
donde me gustaba comprar flores,
elegir con detalle que camisa ibas a arrugar
y pensar que excusa fundaríamos
para vivirnos un poco más.
El problema es que tan solo es un mordisco al vacío
lo que me limito a degustar,
apenas es el preludio a un infarto,
y ni siquiera, llega a intento de ansiolítico.
La solución, no es otra que la de sobrevivir,
seguir andando y recordando como olvidar
y hacer el milagro necesario
para atravesar aquella avenida
que también nos vio marchitar.