CARTA SEIS

Ha dejado la puerta abierta. Tomo impulso. Lleno mis pulmones de su aire. Me dispongo a entrar. La carrerilla es corta, pero me permite apreciar la entrada. Un par de brazos encogidos. Una expresión de espera. Una mirada profunda, parece que alberga uno, dos, cinco universos paralelos. Tal vez, en alguno de ellos ya he entrado y ella me hace compañía, con su pelo negrísimo, su baja estatura, sus ganas enormes (al menos eso creo) de leer todo lo que le escribo. El impulso me ha servido para apreciar toda su geografía. Las islas donde divaga, las montañas donde se esconde, la sabana donde vive. Aprieto el paso, la puerta se acerca y se aleja aleatoriamente, pero si dejo de correr, se me escapa.
En el pasillo que da a la puerta hay cuadros colgados, todos, dudas sobre lo ideal entre; la superficialidad o la profundidad del romance. ¿No es mejor robar la respiración? ¿No es mejor robar el alma? ¿No es mejor robar los pensamientos? La duda me hace aligerar el paso. La cantidad de hurtos metafóricos se me vienen a la mente como un acto difícil que requeriría de horas y horas, y entradas a hurtadillas por los pasajes escondidos de la piel y el alma. Pienso que precisamente estoy entrando por la puerta cuando debería entrar por la ventana, pero luego recuerdo que me quiero robar su corazón, de frente y haciendo todo el ruido posible.
Hace días estoy corriendo, continuamente me entusiasmo por acercarme a la puerta, pero a veces el entusiasmo provoca un aumento de velocidad en esta. Tal vez nunca llegue a la puerta o la carrera me deje extenuado para seguir, pero al menos sé que ahí va a estar esa puerta, su puerta, siempre abierta, por eso, sigo corriendo tras ella.

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