Ambivalencia (a Edgar Allan Poe)

Dios es un grito en la calle
resguardado en la gélida niebla ágata
que merodea como un perro callejero
por los arrabales más apartados de la ciudad
sabiendo como silenciar las noches más oscuras
y la tristeza más profana hacia un amor transgresor
de dulce impronta en el sumiso hálito final,
y tú lo sabes mejor que yo, oh amada mía
tú lo sabes con cada profuso suspiro tuyo
que trae consigo una tierna plegaria idílica
rememorando a la nostálgica náyade
que cayendo en la inconsciencia
dio todo su amor en un beso profundo

No desesperes, no lo permitas
oh noche de menguante serenidad,
toda tu lúmina es un canto silente para nosotros
los enamorados devotos de una ancestral transición de amor
mientras bordeas y reclamas a la tierra por mi alma discordante
en el poema más álgido, en el escrito más excelso;
junto a la vertiente del desahogo habita la voz del alma
donde el loto y el lis destilan sus lágrimas más brillantes
bajo torrentes lisérgicos que calman la angustia
para no ver partir a su inmaculada amante de letárgica belleza

¡Muerte, santa muerte,
maldita sea tu visita y tu sonrisa!,
no tienes derecho a llevarte a quien no lo merece
aun cuando esta esté en tu lista,
¡quita la hoz de Tánatos de mi vista
y regresa al umbrío descanso altanero
de donde nunca podrás salir jamás!;
en el tronador eco discordante
creo haber visto mi sombra dirigir mis pasos
como aquel gato negro que busca impermeable
por lares de sublunares pasajes de eterna procesión;
vidas fractales
mientras los rezos de los muertos
nos azotaban en susurros acompañantes
en caravanas arlequinescas de macabras mofas
entre ectoplasmas glicinérgicos y sueños cautivos

No lo dudes, yo estuve ahí al igual que tu
y nunca me importo a donde llegaría
más si te volviese a encontrar donde yo quería que estuvieses
mi felicidad calmaría todas las ansiedades posibles
orbitadas en tu rostro de fecunda alegría;
hermosas cariátides encapsuladas
convergen en armonía seductora
con cantos que rememoran la belleza infinita
de todo aquel que ha obsequiado más de lo que podía dar
en los eternos firmamentos del Báltico amatista

Oh glorioso hierofante
el corazón aun arde de amor
en el limbo de la tormenta más impávida
que escribe tu nombre con fuego sobre el romántico anhelo,
beodo sueño que tejes tu telaraña
bajo la cruel tea donde escurre el aciago reparo
mientras le niego el beso a la muerte
sobre el cenit de la hora más traslúcida
donde mora un espíritu que yace seductivo
al encuentro del escritor condenado por su propia pluma

Alma mater
solo fui la flama que iluminaba la cruenta noche
en el seno más apacible de tu lecho perpetuo
donde se corona a los inmortales clérigos
absueltos de todo el dolor del sepelio;
retengo el místico vaho desprendido de fauces sibilinas
con el recelo del amante paristálico
que preserva el aroma del cuerpo amado,
oh velado otoño de ocre evanescencia
solo quiero que sepas
que el viento primitivo
se llevó parte de mi poesía en musas prosas ofrendadas,
oh pródiga y amante Hurí
te busqué en la saciedad del pecado
te busqué en el chivo expiatorio
y finalmente te encontré en el mítico lazo dionisiaco
acogiéndome como tu fiel bardo
en el festín sempiterno de los sabios apolíneos

Ángel eléctrico de tierna y durmiente sonrisa
tienes el permiso para amarme a escondidas
de todo mortal engaño que nos hizo pagar el día
empuñando la última carta de la baraja
que suple al igual que aquel reloj que cumple su tiempo,
¿me persuades en un súbito soliloquio
para robar mi último aliento?,
¡no más!, ¡no más!,
cenizas a las cenizas
polvo al polvo
he visto la cara de la hipocresía hasta la saciedad
mas no en el mosto que libera su sabio brebaje en la sabia respuesta,
¡que así sea!, ¡que así sea!,
para viajar por las sendas de lo desconocido
una moneda en cada ojo
será suficiente para pagar el viaje etéreo;
amada mía el dolor se ha ido para no volver jamás
porque al fin estoy junto a ti,
¡no más!, ¡no más!