La herejía de los latidos

poema de Guillermo

Postrado estaba, inmóvil, solitario en una habitación semi vacía. Unas flores secas hubiesen sido un edén, pero no las había habido en mucho tiempo, su reinado había acabado aunque él no quisiera aceptarlo.
Su mente, astuta y en complot con cada célula de su cuerpo, le recordaban lo desagradable que había sido inmóvil, lo paralizaban obligándolo a pensar, demostrándole lo frágil que era, lo endeble. Su mente con júbilo repetía como un disco rayado esta danza de venganza en todo momento, parando solo para reír junto a sus restantes órganos cuando el pedía clemencia, cuando quería morir.
Mas punzante era la verdad y más dolorosa cada vez que llegaban esos pensamientos de querer partir, su cuerpo estaba preparado para hacerlo, pero sus células se erigían como justicieras de tantas lágrimas ajenas que había repartido en los años, impidiéndole cumplir su voluntad.
Hace tiempo atrás había logrado ser un excéntrico dictador, un bíblico déspota, dueño de la verdad y voluntad de los que lo rodeaban. Eso lo hacía poderoso, ya que en él estaba la clave para poder salir del hambre, pero no de imaginarse libres. Es por ello que Las horas de agonía se hacían eternas, infernales, y eso era lo que sus neuronas disfrutaban, demostrándole que el devenido todopoderoso no era más que un cadáver sufriendo, implorando su muerte.
De pronto, sus células que danzaban en un cantico maquiavélico se vieron paralizadas, no habían tenido en cuenta su propio talón de Aquiles, una voz irrumpió el abandonado cuarto diciendo llegue papa.
Eran las 11.23, El clamaba su primera lágrima y ella se convertía oficialmente en huérfana.