El mayor de los ateos.

Y yo que era el mayor de los ateos,
un hombre blasfemo e incrédulo
aquel que dudaba del cielo
de Dios mismo, del divino ascenso.
Aquí tienes a un hereje
cuyos labios callaron plegarias
y cuyos ojos repudiaban imágenes,
a los santos, a las cruces... a los ángeles.
Y yo que adoraba el pecado,
las noches llenas de alcohol y tabaco,
de aventuras baratas o caras
de libertinaje... de caricias vanas.

Cuan equivocado estaba,
y aunque dudo que Dios exista
sólo se que mi Diosa eres tu.
Tu... mi cielo prometido.
Tu... mi paraíso encontrado.
Tu... mi virgen, mi santa, mi ángel.

No hay mayor edén que tus besos,
tu mirada cálida, tu sonrisa clara
tu figura tierna y sacrosanta.;
y por llegar al cielo, cuyo nombre es el tuyo,
me alejare de mi vida de antaño,
ya no habrá noches libertinas
ni aventuras pasajeras...
¡Adiós al licor y al tabaco!
y si me lo pides, ¡seré un santo!
¡seré un santo para entrar en tu cielo!
¡renuncio, renuncio a todo paraíso ajeno!
¿para que los quiero, si al final te tengo?

Y yo que era el mayor de los ateos,
veme ahora, un fiel creyente tuyo
porque eres mi religión, mi paraíso
la razón de mis plegarias y mi consuelo.

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