Réquiem por Celeste Mendoza

Celeste baila.
Celeste goza.
La rumba canta.
Los pies no reposan.
La negra al solar levanta,
se muestra coqueta y melosa.
Los pies soberbios
se mueven a su antojo.
Flexiona, se contonea,
las caderas la vuelven reina,
las manos dan los pasos
y la voz… Que se escucha
cuando canta
hasta a la muerte espanta,
cuando hay pecho,
cuando hay garganta.

¡Dame un guaguancó, Yemayá!
¡Dame un guaguancó,
para cantárselo a Aggayú Solá!
Donde el gigante de la osha
y la madre de los peces,
le den su bendición.

Óyelo bien, es
la música de
Su Majestad la Rumba,
que se llama Celeste.

¡Ay!, mi Guanabacoa,
¿quién la viera?
Como estrella, ¿quién la viera
como estrella?

Al tambor ya nadie
lo puede mandar a callar.
¡Está cantando la rumba!
El suelo se estremece
con cada paso que da.
¡Está bailando la rumba!
Está la señora Celeste.

No la quiero bolero, no.
Ni cantando un blues
de Nat King Cole.
La prefiero guaguancó.

¿Y la madre?... ¿La estará
viendo su iyá,
allá: desde el mar?
-¡Ja ja ja ja ja ja ja!;
si se escucha su carcajada afirmativa.
La madre está orgullosa de su hija.

Antes de partir, creo
que Celeste dialogó con Changó,
para que este le prestara su frase
y así poder decir a su manera:
¡Yalodde ko so! ¡Ayaba ko so!
Porque sigue viva su voz.

La reina la corona no perdió.
No lo permitió Yemayá, su madre;
no lo permitió Aggayú, su padre;
no lo permitió Dios.

Celeste goza.
Celeste baila.
La rumba canta,
los pies no reposan.
Y el guaguancó no tiene
otra Celeste Mendoza.