Meditación frente a un álbum de fotografías.

Meditación frente a un álbum
de fotografías.

Las cosas son como suceden;
y aunque pretendamos cambiarlas,
es el destino de esta vida,
quién las mueve por encima de
nuestra propia voluntad.

Os digo esto porque hoy, sin ir
más lejos -como no sabía que
hacer-, me fui a mi biblioteca
con la intención de leer…, y al
coger un libro, me topé con
un álbum de fotografías
que estaba arrinconado junto
a unas novelas antiguas que
había en una estantería al
lado de la pared.

Al ojearlo, y ver sus fotos
enganchadas, como flases de
mi vida, sobre aquellas hojas
amarillas de papel, una
gran tristeza se apoderó de
mi alma evocando la nostalgia
de los recuerdos que yacían
en mi mente, acelerando
los latidos de mi viejo y
cansado corazón…,
al tiempo que sentía una
sensación muy rara, como si
hubiese profanado alguna
tumba, que estaba cerrada en
la más absoluta y total
oscuridad.

Las había de todas clases:
grandes, pequeñas, alargadas,
cuadradas, verticales…,
en blanco y negro y en color:
y las empecé a tocar con mis
dedos, como pretendiendo que
tomasen vida, ante la luz
clara y radiante que entraba
por mi comedor.

¡Mi sangre se me congeló
al ver, como aquellos momentos
yacían sepultados entre las
fotos, pegadas como sombras
del pasado, en aquellas hojas
amarillas de papel…!
Y al verme entre mis hermanos y
mis padres fallecidos, se me
hizo un nudo en la garganta y
empecé, como un niño chico,
a llorar … y a sonreír lleno de
alegría, al contemplar a mis
hijos, mi mujer y mis nietos,
tendidos en la hierba bajo
la sombra de un rosal…

Respiré profundo y seguí
pasando las hojas, hasta que
encontré entre ellas, los restos
rotos y marchitos de una
bella flor. Los puse en mis manos
y mirándolos -con el alma
temblorosa -, pensé:

“¡Qué triste y corta que es la vida…,
cómo nos vanagloriamos de
las cosa más mezquinas y nos
orgullecemos de los hechos
más triviales…, como vivimos
aferrados al desorden de
este mundo: al egoísmo, a la
fama, al dinero y al poder…,
qué nimios y volubles somos….
cómo cambiamos del llanto a la
sonrisa, de la templanza a la
ira, de la admiración a la
envidia, del odio al amor…,
cómo construimos castillos de
arena y falsos ideales,
sin pensar que un día –como
esta bella flor-, perderemos
el impulso que nos mueve, la
belleza, la prestancia y el
color..., y que solos e inertes
-bajo el manto de la tierra-, se
acabará nuestra andadura…,
hasta que volvamos desnudos,
y desprovistos de las cosas
de este mundo, a la presencia
luminosa del Señor!”

Autor: Francisco López Delgado.
Todos los derechos reservados.