Tarde, antes del mediodía

Hay una barrera de plomo entre el día y el día
que no puedo soportar sin una caja de vino
abierta entre mis piernas enfundadas
en un jeans polvoriento. Esa barrera se me acerca
con su sombra descascarada, sollozando
tu nombre... Luego
se me acerca un estudiante con barba color salmón,
me saca los zapatos, me pregunta si deseo
recostarme un rato contra su pecho.
Juntos hablamos de guerras libradas ahora mismo
en el cielo, y de arcángeles y jefe de demonios
lanzándose unos a otros ingentes ejércitos rojos
de espíritus atormentados, y él me cuenta que su carne se desvanecería si orara más de mediahora,
que huele a azufre, que por eso no le han encerrado aún
en el tronco hueco que echa vapor de margaritas
allá en el Cerro Barón de Valparaíso,
junto a un ángel poderoso enteramente de agua.
Me apaga un cigarro de piel humana en el brazo,
mas no me duele, su sonrisa es como el terrón
que me tiró hace tiempo un primo en la cara,
cierto domingo en la tarde,
y que lastimó mi nariz y mejilla,
y que luego agradecí solo, a solas en el baño,
bañado en tontas lágrimas de niño.