MUERTE TEMPRANA

Siento que las tumbas abren llantos
que se alargan cual millares de espadas,
ellas, las que van goteando dentro de viejos cuervos
sacudidos por los constantes latigazos de sus presagios,
y van cayendo estrellas manchadas con la sangre de tus delirios,
bella vasija sin memoria,
bella mañana que se oculta recelosa
en los fangos pegajosos de la muerte temprana.

Enterrados huesos recorren las sendas de subterráneas nubes
que reúnen en sí todos los pétalos mustios del desencanto,
y llaman bajo sus túnicas de grises seducciones
a terciopelos de cuchillos que se ahogan lentos
en el devenir de mariposas que reptan lastimosamente
en las cuencas vacías donde alguna vez
destellaron ojos,
siglos humeando a martillazos
los templos en ruinas del ángel del suicidio.

Dónde transitarán los guantes de seda que besaron
con dulces crucifijos la piel blanca de un anónimo firmamento,
dónde
las banderas del despecho clavarán
sus jardines de párpados sigilosos.
Dónde la cadencia de emisarios difuntos
tomarán la Vida desde vibraciones rotas, heridas,
que acogieron los restos de augustas tempestades
en rotación perpetua, perpetuo escarnio.

Decidme: hacia dónde correrás a sembrar de cirios el paraíso,
si toda forma de terror es sólo nuestra soledad enmascarada...
y angustia es el norte que aguijonea terrible
cada pórtico de tu frágil cuerpo,
cuando todos los círculos errantes de la ciudad
desean hundirse en el deslumbrar
de engañosos espejos.