La intensidad

Me gusta la intensidad.

Por eso me gustan las noches de fiesta, porque nada se siente más intenso que con un vaso en mano y la música arrolladora de fondo.
Uno de pocos lugares donde la intensidad parece fusionarse con lo superficial, ahí, en un beso robado y la sonrisa compartida bajo el ritmo perfecto del “carpe diem”.
Justo ahí, la intensidad no es tan llamativa, ni juzgada. Está ahí, camuflada con lo casual y frívolo.

Porque aún recuerdo lo deslumbrante que se veía tomando de mi vaso bajo el humo de ese lugar subterráneo.

O aquel abrazo bajo el repiqueteo de la lluvia.

O aquella mano en mi pierna, por la carretera.

Y sí, a veces me gustaría sentir un poco menos. Quedarme a salvo, segura.

Pero me fascina la intensidad de los sentimientos. Un “te quiero” bien formulado, no las cursilerías soltadas en el momento correcto, pero que en el fondo sabes que son solo eso, palabrería barata.

Porque quizá no digo mucho “te quiero”, pero si lo digo ten la seguridad de que lo siento hasta en la ultima fibra de mi cuerpo.

Y Dios, si alguna vez te confesé sentir algo más que eso, créeme que eso no se borrará jamás, porque el residual de un sentimiento tan intenso, podría revivirlo para siempre. Supongo que ese es mi mayor defecto, que no soy capaz de cerrar ninguna puerta, los sentimientos se repiten para siempre. Como una ola que deja una marca permanente en la arena, se va y luego regresa, pero la marca ya se asienta. Y aunque la ola ya se haya ido de nuevo, la marca sigue ahí para hacerle espacio otra vez. Que empiece otra vez el juego.