Eres mi estación favorita

Nunca me gustó el invierno, pero ahora me recuerda a ti, a esa primera vez que rozaste mi mano con cautela y luego me besaste de improviso. Ese beso que me hizo sentir infiel por cada beso que di antes de ti. Ese deseo de querer borrarlos todos, incluso a mi favorito, ese bajo la espuma de una fiesta casual y “give me everything tonight” sonando de fondo.
Pensé incluso, con la poca fe que me quedaba, que Dios te había mandado, que todo lo anterior había sido un juego y tú eras la partida final. Pensé que eras la razón por la que todo el sufrimiento habría valido la pena.

El frío nunca me gustó, pero adoraba las capas de ropa que me quitabas, esas marcas que dejabas en mi pecho y que no cumplían el criterio de metáfora. O ese polerón negro con el que me gustaba que me abrazaras en la cocina. Mientras hacíamos el café, tú, con la taza marrón y yo, con cualquiera.

Maldición, si hasta me gustaba el invierno cuando significaba que en la noche me arroparías tú, antes de irte, después de venirte, de venirnos. Después que me hicieras jurar que era solo tuya, porque solo en esos momentos te atrevías a pedírmelo y yo lo entendía. Sabía que era tu mejor forma de hacerme sentir tu amor, cuando no te alcanzaban las palabras y a mi, siempre me sobraban. Como las que estoy escribiendo aquí.

Ahora, que siento pánico cada vez que el sol se esconde más tarde que el día anterior, cada vez que me asomo a la puerta y el aire se siente más cálido, con aroma a las flores del árbol de la esquina.

Ahora, que me sobran capas en la cama, pero me sigues haciendo falta en ella.
Dormir contigo me daba más calma que nada, la sensación plena de seguridad. Te odio por eso, porque me hiciste dependiente de ti.

Y a pesar de todo lo que el invierno me recordaba, con el corazón apretado podía soportarlo, pero cariño, el verano me da terror.
Si el olor a calidez llega a alcanzarme, recordaré tu partida, tu abandono, cuando rompiste la promesa de cuidarme siempre que te siguiera amando.

Esas noches sin dormir porque el dolor era insoportable.

Ese dolor en el pecho por las mañanas, que me impedía respirar hondo.

Yo amaba el verano, ¿ahora cómo lo amo sin ti?