Las Flores

El verano antes de morir,

recordé los trazos de tus pinturas.

Los contornos, al no servir,

podían eliminar mis amarguras.


Podría decirse que quise,

asfixiar a tus bocetos,

porque el día en que moriste,

parecían ser esqueletos,

con ése aire triste

murmuraban tus secretos.

Uno de ellos me dijiste,

que ésas flores y sujetos,

te veían como un chiste.

No obstante, dulzura existe,

pero ésta era el objeto

de mi ira, pues consiste

en envidia a lo perfecto,

porque tú sólo mentiste,

no soy sino mi nombre obsoleto.

Aquel otoño antes de irme,

recordé las guerras en Jericó,

las armas y cuerpos firmes,

y sé que ésa guerra nunca acabó.

Ahora abrazo el reflejo

de tu cuerpo desmembrado,

y éste beso que dejo

resulta de haber guardado

la voz con la que me quejo

y de haber sacrificado

a la flor de tu bosquejo,

aquel girasol llorando,

cada pétalo incomplejo,

con el sollozo enfatizado.

Lloraba ante su espejo,

viendo su mísero estado.

Yo su muerte la festejo,

porque al Sol nunca he observado.

Un invierno sin abrazos,

aquellos del niño de acuarela,

es truncar mis alas y brazos,

pasar enero sin una vela.

La escarcha me atiza,

me captura con su frío,

la nieve me hechiza,

destroza el rostro mío.

Y me vuelvo tiza

después de tal averío.

Si el Sol aterriza,

me escondo en el sembradío.

Si el calor prioriza,

me da un escalofrío.

Y cuando graniza,

yo me duermo en el rocío.


Al llegar la primavera,

ya había perdido mi memoria,

y perdí tus acuarelas,

pero, ¿cómo pude olvidar tu gloria?


Me alimentaba de fuego,

me alimenté de sangre y suero.

Permitirme un beso te ruego,

una danza con tu cuerpo en cuero.

Pinté sobre tu piel de hielo,

un color pálido usé primero.

Hice una flor de las que hiero,

y tomé un color oscuro luego.

Regresarte a la vida quiero,

pues sin tus dulces trazos, muero.