El mundo invisible del Valle del Mocotíes.

poema de el condor

Fuente Literaria/ Poesías / N° 1256.
El mundo invisible del Valle del Mocotíes.
He estudiado lenguaje para interpretar obras literarias de autores pocos reconocidos, porque a los famosos los vengo leyendo. Parte de esas historias le modifico lo real para acoplarla a mi realidad, pero, tengo un gran problema las mitologías vecinales me atacan ferozmente bajo la imagen humana y utilizan sus símbolos para pedirme cosas y productos y, esto poco me agrada por mi absolutismo. Se envician y actúan como demonios, son unos báquiros de la muerte.
Siempre le profese mi amor a la andina, oriunda de Tovar, su expresión de cariño se me había revelado el altar mayor de la Iglesia de Tovar, Mérida y en uno de los canales de internet.
La nieve del Páramo y el hecho que el tiempo corre, podemos entender que el existir y las afinidades son pocas de entender. Veo como las lanzas afiladas del enemigo buscan herirme para avanzar con fe y sin razón por la trasandina y descubrir que profeso diversas creencias y un solo criterio de vida.
En La Plaza Bolívar de Tovar, cerca, hay una torre que es ignorada por los lugareños y tiene dos secretos: la fe y la razón. Más abajo hay cantones y acantilados hasta llegar a Bailadores, una tierra netamente profética que genera riquezas dadas a nuestras manos por la agricultura y sus cristalinas aguas que provienen del salto de agua.
Mañana, lo sucedido, vestigios del porvenir será en todo el planeta por tres factores: la desobediencia espiritual, y ser como Caín o Abel. Es el hábito de la guerra verbal. ¿A quién creerle? He sido sincero, ha sido una excusa muy brusca valorada en un criterio de la falsedad.
Son fases de una memoria que es siempre leal. Junto a un pueblo y el río que lucía inmóvil. Ha despertado con su mitología particular y solo, los cartógrafos pueden dar una explicación de ese sueño, que ya forma parte de los escritos.
Es parte de una trama que llamamos la historia de un proceso cósmico. Es el tránsito de las estrellas, lunas, luciérnagas, vigilias. Es golpear mi rostro sobre un yunque.
Ese fín no puede ser ético. Es la configuración de una nube de principios, es el secreto de las inescrutables divinidades. Tal vez, el cúmulo de polvo que se cargan sobre el valle para darnos la fragancia de un nardo.
Allí hubo la configuración de una mujer en pantera que salto hacia las montañas en un hechizo, al prenderle una vela a un duende del camino. Son historias viejas de quienes van restando sus vidas en el rastro del camino.
Hay que tener mucho cuidado con nuestra espiritualidad.
Su muerte fue una secreta victoria.
Nadie se asombre de que me de envidia y pena,
El destino de aquel hombre.
Se dijo, no hace miedo
Cuando lo dejo la vida y en misericordia
Aquella andina altiva y hermosa, dobla sus rodillas
Para alumbrar mis penas y llevarme en su alma, por la luz
De un mechón de vela en mi camino.
Es el alba, el tiempo guarda mi silencio y un solo recuerdo.
El viento, en la plácida montaña asume su arquitectura al azar
Y viaja por los hilos de la trama hasta deshacerse en el tiempo y la nube,
En vano, lanza su mirada cada mañana en el Valle de Los Mocotíes.
Es un día de laberintos, desde El Vigía cruzando Zea y Santa Cruz de Mora.
Mientras, la Aurora ejecuta su hermoso recuerdo en mi memoria haciendo ver mi rostro en un espejo y su imagen se vuelve a deshacer en los dudosos laberintos de la montaña hasta convertirse en una rosa. Eres nube, eres mar, eres olvido. Eres también aquello que has perdido.
Mi imagen.
Son dos rostros ante el espejo de una verdad frente a La Catedral del Mocotíes, 2009, Somos los que se van.
Es el poniente, nuestra imagen. Incesantemente lo que me diste de transforma en otra rosa. Son dos palabras que resplandece en aquella voz de niña frente al barbero que con su infinita obra y los hilos de sus dedos recortaba mi pelambre ya escaso por el recurrir del tiempo.
Extiendo la mirada por la mañana, Eres también aquello que he perdido, dos rosas, un barbero y una mujer. Todos bajo la mirada del espejo de una pequeña ciudad anclada en el mundo de los sueños, El Valle de Mocotíes. Sí es Tovar, la ciudad pueblerina donde un día quise habitar hasta mi vejez. Al lado de un gato y perro pequeño para danzar en los hermosos parques de Bailadores y La Cascada.
Es el homenaje a las figuras legendarias, todo fue inútil, mi esfuerzo de aquellas noches, es una patética biografía del camino ante la dureza de un sentimiento. Es un libro, meros comentarios, glosas, escolios, tárgumes y sermones. Un dios y otro Dios nos llevó a una batalla hasta los límites, hasta enfurecer las aguas, es una narración lineal en el tiempo, no puede haber silencio, hay testigos que despiertan cada amanecer revelando los límites de aquella idolatría, el orgullo y la vanidad de lo mejor.
Es la separación, nunca hubo el perdón ante la verdad, es hipocresía, crueldad y rencor hacia el bien.
Florece para siempre, del polvo de mi pecho. Reposa bajo esta hierba, bajo el silbido
De tu voz.
Es el burro que corre enfilado en su fiesta, en la bajada de tus calles, Tovar.
Y delante de mí, una multitud de máscaras que entretejen un pasado. Y siempre entre aquella luz y tiniebla, habrá una rosa para ti en mi alma.
Los reveses de la suerte no cuentan. Son parte de la arcilla moldeada que las sombras guardan hoy en sus guaridas.
Solo me queda entre mis dedos tus cenizas, son once años del último vuelo de un agua que volvió recoger la nube y se esparció en lágrimas sobre una rosa.
Emiro Enrique Vera Suárez/08 de septiembre del 2021

Comentarios & Opiniones

Tabitha Carreño

Saludos cordiales

Critica: 
el condor

Para ti chila donde estés

Critica: