Parábola incompleta

Las últimas noticias,
las últimas criaturas nocturnas,
las seculares y bisiestas sombras
en un complejo sueño de 365 puñetazos;
las niñas y los hambrientos peldaños que quieren de ti,
lo que no quiere la gravedad,
la risa o el sentimiento ajeno;
las lágrimas, la añoranza,
la burla y el escondrijo de la envidia,
la ruina mustia que prevalece en el sillón
incluso después de que ya te has levantado,
y el sonido de la canción que se desvanece sin sinceridad,
sin rencor, indiferente...

Una embriaguez se difunde entre la culpa y la mentira,
entre la permisiva estampa de un santito enorme,
y la menopausia de una tierra que ya no me extraña,
que ya no protege ni sana,
que está hastiada de mi hálito, de mis pasos,
de mi cansancio, de mi impiedad y mi locura.

Una piedra lanzada impacta en el costado que ya luce una cicatriz,
y los ecos se escuchan en la caverna
que guarda el recuerdo de una humanidad desparramada,
una mancha postergada,
un dibujito borroso, garabateado,
una verdad que ya no interesa.

Sencillamente no hay cambio, no hay nada más que un sol.