El sonido del amor.

Una taza de café, voces cantando al sentir, el viento, los colores. Hay razones suficientes para querer sembrar cosas extraordinarias; cultivar el amor que la historia ha desvanecido, las pasiones olvidadas en los terrenos del cuerpo, los sentimientos que seguramente solo se hablan en televisión.
La melodía de una vida sobre otra, el palpitar de dos almas amándose, los colores de las energías que sobrepasan lo que se supone que somos. Explotar al mundo con la locura de los corazones brincando de célula en célula y es que estoy olvidando el dolor y amando los átomos que nos constituyen.
Los suspiros que existen tras un beso floreciente, las miradas sin temor luego de hacer el amor, nuestras palpitantes manos sintiéndose sin miedo a la decepción, aquel abrazo incesante que sembró nuestro nido de sentires.
Nuestras miradas se perdían en el universo que crearon nuestros anhelos de juntar labio con labio, mirada con mirada, sentimientos vivos que se niegan a abandonar infinidad de placeres que van más allá de la vista humana.
He hablado del humo de las adicciones, pero no había mencionado la adicción que existe al sentir su esencia bailar cerca de las raíces de mi ombligo, vibrar sobre nuestras añoranzas.