Inmarcesible

La vida me había enseñado
a superar rupturas,
traiciones,
carencias afectivas y ayunos injustos,
pero lo cierto es
que nunca me había preparado
para enfrentarme a un luto.

Nunca me ha enseñado qué gritarle a la muerte
cuando la tengo cara a cara y empezamos a discutir,
fingiendo echarlo a suertes.
No me salen las palabras cuando se ríe de mí la vida
al verme impotente y callada y débil
porque no hay nada que pueda hacer para ganarle.

Muchas veces no logro ver más allá
de este vacío constante en el pecho.
De este sinsentido que ya sabía que era la vida,
pero que se me confirmó el pasado enero.
Muchas veces no logro ver más allá
cuando me miro en el espejo
de una cría que pensaba que
por fin...
por fin lo había conseguido,
y fue entonces cuando el destino
soltó una sonora carcajada.

Sin embargo sigo siendo capaz
de recordar las flores que por mucho que me quiera la vida arrebatar
son inmarcesibles y de mí no se van a marchar.

Porque lo que la muerte se ha llevado ante mí
sin que yo haya podido hacer más
que clavar mis rodillas en el suelo y pedir
explicaciones mientras lo intentaba asimilar sin morir
o romperme o llorar...
¡Lo que la muerte me ha quitado
sin que tenga yo el derecho de reclamar
ni de llevarla a juicio porque mi única baza es mi pesar
y su sentencia es irreversible en este mundo mortal...! :
Lo que ni la vida y su muerte jamás lograrán
aunque sus crueles reglas me hayan obligado a aceptar,
es a no buscar felicidad
en todo aquello que aún me quede en el plano terrenal,
porque la vida y su muerte me han desgarrado con su actuar,
pero en mí permanecerán el amor y los recuerdos de esa persona de la que me han querido
inútilmente
apartar.