La presa

Cae la tarde de un prematuro otoño entre una lánguida llovizna.
La noche pide licencia para aparcar la oscuridad adornando de nubes su cúpula.
Con ella aparece la incertidumbre en las calles solitarias,
dónde los pasos de sonoros tacones acrecientan el ritmo para llegar a la seguridad buscada.
Impera la negrura y el aliento dibuja en el aire círculos inconcretos.
El frio va sellando huesos
que en libre albedrío, son intensamente mecánicos.
Ahora crugen las articulaciones,
pareciesen pedales oxidados reacios a girar.
¡Y la noche sigue cayendo, aplastando cual piedra pesada!
El camino se recorre con el silencio de un atemorizado espíritu, que piensa que aún está en cadena perpetua.
Por fin se vislumbra la silueta de un hogar que espera ser abierto y ocupado.
¡Un poco más y estoy ahí!, piensa.
Sin darse cuenta que ella es presa de un destino traidor, justo en la esquina tras atravesar la calle tantas veces paseada.
E. Escribano