Déjeme decirle

Déjeme decirle; no me atrevía a mirar su rostro,
me daba miedo pensar en sus ojos;
me daba miedo pensar que no podría
dejar de mirarlos.

Déjeme decirle; no me atrevía siquiera
a pensar en usted:
la simple idea de que usted y yo,
los dos, compartimos un mismo aire,
un mismo tiempo, un mismo instante,
usted lejos, yo aquí, no importa,
era la idea, el pensamiento; usted…
revoloteaban pues, por fin,
las dichosas mariposas.

No…no podía acercarme, y es que,
usted tenía la culpa:
¿Por qué así?
Tan templado, tan callado, tan irreal.

Déjeme decirle; cuando escuché su voz,
sude frío, sentí que mi muerto
corazón volvía a la vida…
¿A dónde dirigí mi mirada pues?
¿A dónde más? A sus ojos;
embriagantes, no me equivocaba.

Uno, dos, tres y cuatro, pasaron cinco segundos,
todo acabó, no pude ahogarme,
como es que yo quería, perderme
en usted y nunca más
lidiar con la realidad otra vez.

No fue tiempo suficiente siquiera,
para enterarme de su nombre,
pero si para contemplar su alma:
un tanto atormentada, un tanto sombría,
dígame usted, pues, ¿Por qué así?
Tan templado, tan callado y tan triste.

Déjeme decirle; desde que vi sus ojos y
escuché su voz, así pues, con tantito
de usted, tantito en mi cabeza,
no puedo dejar de pensar en usted;
¿Cómo hacer para conocer su sonrisa?
¿Cómo hacer para conocer la dicha de
hundirme en lo profundo de su esencia?;
Sólo anidar ahí, en esa obscuridad y jamás volver.

Es usted pues, usted que es así,
usted y su melancolía,
usted y su nostalgia;
usted es todo lo que yo necesito,
usted es todo lo que yo quiero.

Su mano en mi mano, un horizonte por delante,
los aires añejos de su presencia,
su nítido silencio y sus ojos tristes;
es usted pues, usted que es así,
tan templado, tan callado, tan etéreo;
usted es todo lo que yo necesito,
usted es todo lo que yo quiero.