Sin paradero

..entre el violento cabeceo de los pasajeros, una porosa respiración mantenía la calma, acompasando el silencio; había una especie de gárgara, tal como si la lezna siguiera clavada en algún grueso cuello y el aire escapara a media traquea, irrumpiendo con un tétrico ronquido en el chiquero. Las pegajosas lagañas de algunos se volvían más espesas con el fétido rumor a gingivitis que inundaba el vagón. Algunos, los más ávidos e impacientes, hundiendo la mirada en luminosas pantallas, evadían el entorno, siguiendo con los ojos el juego en el que nunca ganaban, la conversación de sus propios gallineros, el catálogo de carnes que sólo inspiraban a la violación detrás de un ''me gustas'', el filo de una navaja oxidada en el próximo '' te quiero''. Y así, en este vórtice de páralisis y trivialidad, día tras día se dirigía al mismísimo centro de las arenas movedizas en esta ciudad, y lo más aterrador de todo, es que éstas nunca te terminaban de ahogar por completo, pues justo cuando creías que estabas al borde de la asfixia, ¡la putísima chicharra! ''¡órale, cabrones; a su pinche casa!'': el rumor gastrítico de cada mañana era un caldo cien veces más concentrado cuando caía la tarde: la transpiración del equino, el aliento de los cerdos, el fétido y húmedo pelaje de los perros, el orín de los gatos, el almizcle de los musélidos; pero la granja entera se movilizaba, y ya sin gritos de rebelión, en la levedad de la indiferencia, iban succionados, arrastrados hacia las aspas de un buque industrial que derramaba su combustible, dibujando una kilométrica estela de viscosos colores a su paso entre la nada...