Amoriztitlán.

Se dice que entre los cielos se colmaba una dimensión donde habitar y donde resurgir ante la letal ponzoña de la soledad.
Un lugar en donde sus aguas con luz de estrellas y sus arenas de granos de sol, calcinaban los miedos letales de la logica y del comportamiento claudicativo.

Un mosaico de alegrías astrales donde el corazón no dejaba de sentir un bien profundo.

Una avasallante parsimonia.

Se dice que su portal se extinguió. Que la fila de los astros cabalgo tanto, que su fuerza terminaron por desmaterializar aquella puerta para aquel lugar.
No fue tejido su plan por cierto ataque o coraje, el curso de la fuerza gravitatoria realizo su maxima novena armonía.

Para los que se quedaron ahí, el total olvido de su antigua dimensión fue bárbaro; ya no hablaban y ni siquiera pensaban en esa dimensión que habían dejado.
De su ancestral pasado en la tierra de los hombres y de aquella agua azul de sus océanos.

Para los de aquí, observar tal tragedia fue una desilusión explosiva, el principio del fin de la evolución humana, un final inminente sobre el conocimiento del verdadero entendimiento del amor.
Un proceso de trabajo más lento.

Los que iban, jamás regresaban, se cuenta que jamás se había un tedio, un aburrimiento y que sobre las nueve ciencias del amor se iba perfeccionando.
La luz de las estrellas los rejuvenecía, o al menos eso es lo que se cuenta.

La ficción jamás está alejada de la realidad.

Un hombre cuenta que aquella dimensión aún permanece ante nosotros, inclusive algunos la han nombrado el reino de los cielos.
Aún hay registros de personas que desaparecen cuando sus almas comienzan a vibrar ante la luz de un enamoramiento astral, pero hay otras personas que solo califican esa historia como un mito popular, o un bien estructurado cuento de esperanza y amor.

Se dice que la razón no reinaba ahí.
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